martes, 19 de febrero de 2013

El Cruce (segunda parte)


Acá estamos nuevamente para todos aquellos intrigados en conocer el desenlace de los aventureros...

Intentaré mantener el grado de detalle en la narración, ya que si están leyendo esta parte es porque evidentemente les gustó la primera. No puedo comprometerme porque el cansancio y el ladino tiempo se complotan para intentar borrar algunos recuerdos. Por supuesto que los más lindos (y también los más feos), son los más difíciles de borrar... 

Día 2: la materialización de la locura

El día amaneció algo nublado. Un guiño del tiempo para con nosotros. Ponerse las zapatillas aún mojadas del día anterior es algo bastante desagradable. Es como si los pies se resistiesen, quizás sorprendidos de que el esfuerzo del día anterior no haya sido suficiente para terminar con el asunto. Ni qué decir de ponerse la camiseta oficial de la carrera... 

Los músculos se van despertando por turnos. Primero el tren superior, luego los gemelos y los cuádriceps. A los isquiotibiales y los glúteos parece costarles un poco más, pero de a poco van recuperando movilidad. Ya después del desayuno, cuerpo-mente-ropa ya son uno nuevamente y nos encontramos listos para proseguir con el itinerario.

Lejos de ser expertos, pero sin dudas mucho más experimentados que el día anterior, cargamos inteligentemente nuestras mochilas: agua, geles, frutas, botellitas de agua para cargar de los arroyos, y rompevientos... Los dioses de la montaña se apiadaron de nosotros e impidieron que dejáramos los rompevientos en los bolsos, algo que teníamos pensado hacer luego de evaluar el peso de los mismos y de sopesar la inocente creencia de que, como el primer día no los usamos, no los necesitaríamos más nunca.

Nuevamente, una caminata previa que no se computa en los registros. Habrá sido un kilómetro desde el campamento hasta un precario puente que los colectivos no se atrevían a cruzar. Nos subimos al bondi que nos transportó hasta la largada y, sin más prefacio, arrancamos lo que sería una de las pruebas físicas y mentales más exigentes de nuestras vidas.

Ya de entrada, el segundo día nos mostraba sus afilados dientes... Una larga y empinada subida por un camino de autos. La temperatura rondaría los 18-20 grados. Fresco, pero mientras se mantiene el calor corporal, es una buena temperatura. Empezamos tranquilos, pensando en tardar unas nueve o diez horas. La categoría equipos había hecho esta etapa el día anterior, y en el campamento circulaban rumores de que había gente que había tardado hasta trece horas... 

Los grupos de corredores comenzaban a pasarnos. Uso adrede la palabra grupos, ya que no son equipos. Cada corredor es parte del grupo en tanto y en cuanto pueda mantener el ritmo del mismo. Caso contrario, irá quedando relegado. En definitiva, es un poco el espíritu del corredor. Uno corre contra sí mismo, no contra los demás.

Habrían pasado unos cuarenta y cinco minutos de la salida, cuando nos miramos y nos propusimos casi al unísono empezar a meterle ritmo. Y así fue. Empezamos a trotar y a correr en las partes planas y bajadas, y a subir a buen tranco en las subidas. Una vez que se terminó el camino de autos, nos adentramos en un frondoso bosque, cuyo suelo estaba blando, producto de la lluvia de la noche anterior. A la hora nos comimos una fruta y tomamos un poco de agua, comenzando una rutina que no abandonaríamos hasta el final de la carrera.

Casi sin darnos cuenta, llegamos al primer arroyo. Km 10. Una hora y cuarenta minutos. Veníamos a un ritmo arrasador... Superado ese arroyo, continuamos el ascenso, por unos tres km de bosque. Ya en el último tramo del bosque se veía una larga y picante subida para salir del mismo. Lejos de amedrentarnos, le metimos ritmo y, dejando atrás a varios corredores, la superamos sin mayores contratiempos. 

Generalmente, después de una subida uno mira rápidamente el nuevo horizonte para luego volver la mirada sobre el camino que lo llevó hasta ahí, de manera tal de poder regocijarse viendo la hazaña que acaba de realizar. En ese instante, una corredora que llegaba al lugar nos pregunta si sabíamos si esa era "la" subida que se veía en el perfil de alturas de la etapa dos. Antes de liberar el impulso de responder que sí. giramos nuestras cabezas 180° para corroborar que así era... Ahí fue cuando vimos "LA" subida. Un paredón infernal y eterno que hacía parecer que el reciente ascenso fuera como subirse a un banquito.

No nos dimos tiempo de pensarlo siquiera una vez. Continuamos la marcha. Uno. Dos. Uno. Dos. Un pie después del otro. La subida era definitivamente nuestro fuerte. Seguimos pasando corredores. Al cabo de unos cuarenta y cinco minutos más, llegamos a la cima. Dos mil metros de altura, pico de la carrera. 15 km en algo más de tres horas. Impecable hasta allí.

Del sol, ni rastros. A esa altura y con el día nublado, el fresco ya era frío. Nos pusimos el rompevientos y empezamos la bajada. Dos kilómetros más y llegamos a un lago en el medio de la montaña. Un lugar realmente increíble. Nos reabastecimos de agua y seguimos. Aún no estábamos ni siquiera en la mitad del recorrido.

Saliendo del lago nos dispusimos a enfrentar una nueva subida. Ninguna sería como la que ya habíamos dejado atrás, aunque el cansancio del cuerpo se empecinaba en hacernos creer lo contrario. El paisaje cambió drásticamente. Terreno más rocoso y un poco más verde. Retomamos la corrida y seguimos avanzando a buen ritmo. El frío ya comenzaba a calar un poco más hondo. La lluvia y el viento se unieron a nuestra marcha, para acompañarnos durante varias horas.

Cruzamos una larga y árida meseta para llegar a una de las partes más lindas del recorrido. Pasando el km 20 y tras una nueva subida en terreno más arenoso, llegamos a una especie de desierto rocoso en el que se veían sólo montañas y una diminuta fila de corredores allá a lo lejos en el horizonte. Después de unos mil metros de caminata en la planicie, volvimos a trotar. Llegamos a lo que vendría a ser el filo de un volcán extinto y comenzamos a caminar por el mismo. Cuando veo paisajes como ese pienso varias cosas. Por un lado, imagino que Dios dedicó mucho más tiempo y esfuerzo en diseñarlo, y se lo reservó a personas que sólo lo podrán ver luego de cierto esfuerzo para acceder hasta allí. También pienso que pareciera ser ley que cuanto uno más se aleja de los lugares donde el hombre ha dejado su indeleble huella (ciudades principalmente), tanto más impresionante y espectacular es el paisaje. Es algo así como la pequeñez del hombre ante la inmensidad de la naturaleza y todas esas cosas...

Venimos bien. Ya estaremos en las cinco horas de recorrido. Bien hidratados y bien alimentados. Sobrepasamos otro filo y comienza un escarpado descenso hacia un bosque. Este descenso, de alrededor de media hora, es en un paisaje que se parece a la Escocia de Corazón Valiente. Verde y rocoso, nublado y húmedo.

Tres o cuatro arroyos más tarde, entramos al último bosque. El bosque mais grande do mundo... 

Esquivar una raíz, saltar un charco, pisar la rama dentro del lodazal para no empantanarse, correr otra rama con el brazo, controlar la respiración, agachar la cabeza, tener cuidado al pasar un corredor, ver el camino, mirar el paisaje... Extenuante...

Iremos ya por las seis horas de carrera. Estamos corriendo de costado por la montaña, con árboles a ambos lados. Otro imponente lago se ve a la derecha, con una carpa de algún turista a lo lejos. Correr de costado me hace pensar en lo que debe sentir una persona con una pierna más corta que la otra al correr en el plano. Es demoledor para las articulaciones. Tal es así, que mi rodilla empieza a clamar socorro. Intento acallarla, como todo el resto de la carrera, pero me resulta imposible. Hasta que, tan concentrado en ella, me distraigo y me tuerzo fuertemente el tobillo derecho. Es un clarísimo esguince. Siento que el mundo se me viene abajo. No tenía dudas de que ese día lo iba a terminar, pero si la lesión me impedía salir el tercer día sería algo devastador. 

Tuvimos que disminuir la marcha y caminar hasta el final. Sabía que si el esguince era severo, no podría continuar por más que quisiese. Me propuse entonces atenerme a lo único que me quedaba: la ferviente voluntad de cruzar esa meta.

Kilómetro 35. Cruzamos un arroyo y pensábamos que ya estábamos. Nos habían dicho que eran 38 km para esa etapa. Última subida y la bajada más empinada de todas. Mis rodillas crujían. Joaquín, producto de todo un año de gimnasio, lo llevaba bastante mejor. Su lucha pasaba más por combatir los efectos adversos del tabaco. Vale decir también que todavía no habíamos aprendido a correr las bajadas. Recién al día siguiente aprenderíamos...

Km 38 y llegamos a un camino de autos. Mojados, doloridos y hartos. Van como siete horas y media de carrera. La ilusión por ese plato caliente de pastas nos hace dar otro paso. Curva, contra curva, contra contra curva... Los 4 km más largos del mundo. 

Ocho horas y casi veinte minutos después de largar, llegábamos a la meta...

El campamento dos estaba en un lugar aún más lindo que el del primer día. Nos aseamos un poco en un gélido arroyo, dejando la mitad inferior del cuerpo bajo el agua para que las bajas temperaturas mimen un poco a las maltratadas articulaciones y músculos. Habremos llegado a eso de las cinco o seis de la tarde, por lo que el almuerzo y la cena fueron bastante seguidos. 

Rengueando de un lado al otro, temía ir a la enfermería, ya que quería evitar oír un veredicto que no quería oír. Un analgésico y a esperar. Opté por dormir una pequeña pero reparadora siesta, mientras Joaco pasaba por la camilla de masajes.

Mucho más habituados a la vida de camping, nos acomodamos rápido y disfrutamos de las charlas con otros corredores-gladiadores. El clima del campamento es muy distinto al del primer día. A esta altura ya se cayeron todas las caretas y todas las corazas. El cansancio une los espíritus. Hay un muy lindo ambiente de amistad. Es que claro... estamos todos juntos en ésta...

Día 3: abrazo a la gloria

Creo que dormimos un poco mejor. El cuerpo necesitaba el descanso y descansó... Repetimos rutina: armado de mochila, más abrigo que el día anterior, desayuno y bondi.

Arrancar el tercer día fue un gran alivio. Ya está. Hoy se termina. "Cómo" se termina será otra cosa, pero al terminar el día la faena estaría concluida.

Los primeros dos kilómetros eran sobre camino de ripio. Muy tranquilos trotamos hasta el primer bosque y la primer subida. 

Terreno blando y, con el vendaje, ni rastros del dolor del tobillo. El que sí me acompañaría durante toda la etapa seríael dolor de rodilla. Un dolor que oscilaba entre un mínimo que hacía que no pudiese pensar en otra cosa y un máximo que no me impedía continuar la marcha. Supe que, no importara cómo, llegaría. Nadie me iba a impedir dar todo lo que tuviera. Darlo todo era la única forma de poder mirar a los ojos a mi familia y a mí mismo en un espejo. Joaco estaba entero, aunque obviamente con algún dolor muscular.

Arrancamos a muy buen ritmo toda la subida, y casi sin darnos cuenta, atravesábamos el km 10. Faltaba quizás una hora más de subida. Subida de bosque que se terminó haciendo dura debido a la inmensa fila india de corredores que se armó. Un verdadero embotellamiento. Ir más lento cansa más los músculos.

Al terminar la subida, una hostil pendiente nos aguardaba en la meseta. Deben haber sido dos o tres kilómetros con una moderada pero constante pendiente, con viento cruzado y lluvia constante. Un panorama muy sombrío... El paisaje era obviamente imponente, pero poco le importa a uno en ese momento en que sólo quiere una taza de café caliente al costado de una chimenea encendida. 

Ya en la bajada de la meseta, nos dispusimos a correr sobre el terreno rocoso. En este preciso momento fue cuando aprendimos a bajar... Era cuestión de soltar el cuerpo. Al no intentar frenar, las articulaciones no se resienten. Habremos corrido unos setecientos metros a máxima velocidad en bajada. Tan sólo esa sensación hubiera pagado la experiencia completa. El viento en la cara, las piernas descontroladas y libres. Libres como nunca. Como cuando uno era chico y no conocía otra forma de correr que no fuera a máxima velocidad... Un tropezón podría llegar a implicar una fractura expuesta, pero la adrenalina era más fuerte... Los huesos tarde o temprano irían a sanar...

Sería el km 18. Entramos al último bosque que cruzaríamos y nos comimos un paquete de maní. El maní más rico de nuestras vidas... Alternando el liderazgo con Joaquín, cruzamos el bosque como un relámpago. No queríamos parar... Correr, correr, correr...

Llegamos a un puesto de hidratación que estaba en el Km 21. Seis más... Tomamos agua y de nuevo a correr...

Llegamos a la ruta. Los últimos 3 ó 4 km son en la ruta que atraviesa las migraciones y aduanas de los países. Caminamos. La cabeza empezaba a darnos vueltas. Uno empieza a querer contar la experiencia antes de terminarla...

Nos pasan unos argentinos que nos alientan. Empezamos a correr con ellos. Vamos arrastrando gente al grito de "Vamos que falta poco, carajo!". Se nos pone la piel de gallina. Se ve la bandera de Chile. Es la frontera... No aflojamos. Nos demoramos un poco porque a Joaco se le mojó el papel migratorio y el gendarme es un rompe pelotas que no entiende nada de la vida...

Un kilómetro separan las aduanas de Chile y Argentina. Lo trotamos. En treinta segundos cruzamos la aduana. Faltan dos kilómetros!!

Aparece el inflable de la llegada. Vamos hacia él. Hay un alambrado. Hay que retomar, ir unos metros para atrás y bordear algo que parece un campo. A quién le importa. Ya pusimos la mirada en el inflable. Trecientos metros. Doscientos. Cien... Nos abrazamos. Llegamos...

Explotamos. Nos volvemos a abrazar y nos separamos. Cada uno necesita tomar consciencia y grabar ese momento. Los dos tenemos ganas de llorar y, como hombres, no queremos que nos vean llorar.  Me pongo en cuclillas y me quiebro. Dura poco, pero es muy intenso. Ya está. Nos lo propusimos. Quisimos. Pudimos.
 
Espero no haberlos aburrido con el extenso relato, pero es difícil ser breve con tantas cosas que pasaron.

Fue sin dudas una de las experiencias más lindas de mi vida. Alguien alguna vez me dijo una verdad que me retumbó bastante en la cabeza después de cruzar la meta: "Los grandes objetivos no se logran superando a los demás, sino superándose a uno mismo."

Los despido hasta nuestro próximo encuentro.


1 comentario:

  1. Que grande negro! Muy buena relato (como siempre) y por sobré todo, muy buena experiencia.. Inolvidable! Un gran abrazo!

    Ah, me acorde que la última frase que usaste en el relato me la dijiste en una salita de la oficina en Campana, supongo que el 2007.

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