lunes, 18 de mayo de 2015

Ese maldito folklore

Hace tiempo que quería escribir sobre lo que en el mundillo del fútbol se conoce y se celebra como "folklore". Bajo ese mote se han escondido infinidad de afrentas y agresiones. Ese escudo ha erosionado los límites entre lo que es algo pintoresco y divertido y algo que está mal. Pobres los Larralde, Palavecino, Guarany, Atahualpa y tantos otros. Aquellos del folklore genuino. Del que hace sentir orgullo a más de uno. ¿Qué tienen que ver ellos con esta aberración en la que hemos convertido el fútbol? La soberbia de los argentinos nos hace creer que nuestro sentimiento es único y más especial que el que tienen hinchas en otros países. Sólo nosotros sabemos interpretar y vivir el fútbol. Y es por eso que acá la pasión a veces se nos va de las manos. Qué estupidez.


Lo que pasó el jueves pasado en la cancha de Boca es tan solo una muestra más. Los imbéciles otra vez dueños del show. Esos falsos hinchas no mantienen el fútbol, sino que viven de él. Somos nosotros, los hinchas genuinos, los que pagamos entradas, camisetas y diarios y alimentamos el negocio. Y por más de que nos escandalicemos y nos rasguemos las vestiduras, lo del jueves fue tan solo un caso más. Va más allá del color de la camiseta. Algunos de River que se quieren despegar del episodio, olvidando que en la cancha de River ocurrieron también cosas reprobables. Que en Córdoba entraron otros imbéciles a golpear a los jugadores. O que los barras se pelearon ¡en la confitería del club! Incidentes hubo y hay en todas las canchas. Agresiones a dirigentes. Agresiones a hinchadas rivales. Emboscadas. Internas de barrabravas. Zonas liberadas. Me acuerdo que incluso un hincha de Banfield ingresó a la cancha con un arma de fuego. La lista es interminable y lamentable... Y "siga-siga". 

Recuerdo también la primera vez que mi viejo me llevó a la cancha de River. Íbamos con mi hermano. Entramos al predio y el corazón me latía cada vez más fuerte. Veía por algunas rendijas entre la arquitectura del estadio el verde césped iluminado, y me emocionaba tanto que me tropezaba con los altos escalones de esa interminable escalera. Hasta que entramos a la tribuna y ahí estaba. Ese marco imponente e increíble. Era un partido de la Libertadores contra un equipo creo que ecuatoriano. No importaba. No me olvido más de ese momento mágico. Me acuerdo de muchos domingos escuchando partidos por radio tomando mate con mi viejo y mi hermano, yendo a la cancha, disfrutando victorias y sufriendo derrotas. En la cancha te podías abrazar con un completo desconocido, pero a quien sabías hermano del alma. Ver a mis ídolos jugando. Emocionarme. Esta lista de cosas lindas que he disfrutado del fútbol también es interminable. Es ni más ni menos que lo que hace que uno se siga ilusionando, alegrando y amargando. Perdona todo. Se banca todo. Deja que todo "siga-siga".

Como dice Eduardo Sacheri, para un argentino la desgracia ajena se disfruta más que la gloria propia (la canción tan festejada de "Brasil decime que se siente" no incluye la palabra "Argentina" en ninguna de sus líneas). ¿A nadie le parece esto un acto de mediocridad? Festejar que otro perdió y no fuiste vos el que le ganó... Me acuerdo cuando era chico (muy chico) y jugaban equipos argentinos la Libertadores. Cuando jugaban contra equipos brasileros o extranjeros, queríamos que ganaran. Teniendo amigos de otros clubes, lo normal era querer que ellos disfruten y tengan una alegría, antes que la algarabía fuera a parar a desconocidos hinchas de equipos extranjeros. "Los equipos argentinos"... Con Boca era quizás con el único que no pasaba eso (como hincha de River, queríamos que perdiera). Pero no recuerdo festejar goles de algún rival de Boca. Eso dejó de ser así hace mucho. Antes no había afiches, ni memés, ni redes sociales. El fútbol no era tan mediático. Todo pasaba por la charla de café en la oficina, con los amigos del colegio o del club. No había tanto odio (camuflado de rivalidad). Hoy se festeja tanto un gol propio como un gol de cualquier equipo al eterno rival. ¿De dónde sale tanto odio? El miedo a perder se está devorando al fútbol argentino. Y especialmente al superclásico. ¿En qué momento ganar como sea se transformó en un leitmotiv?. Pánico al error. Exceso de nervios. Exceso de declaraciones. Exceso de chicanas. Pierde el espectáculo (el genuino, no el de conventillo). La magia desaparece. 

¿Cómo llegamos a esto?
Todos somos responsables. Al síndrome argentino de "festejar la desgracia ajena" hay que sumarle el otro no menos patético que pregona que "la culpa siempre es del otro". Entonces nadie se hace cargo.

Los dirigentes (clubes + AFA) mostraron estar en connivencia con los barrabravas en innumerables ocasiones. No se pueden entrar banderas de más de 2 m2, pero entran. No se pueden entrar bengalas, pero se entran. Hay derecho de admisión, pero no se ejerce. Barras que venden entradas en la puerta del estadio. Negocios multimillonarios de trapitos. Dirigentes entrelazados con la política. Echan culpas a todos y a nadie. Ya vimos lo que pasa cuando algún dirigente se quiere oponer a este negocio establecido: sale eyectado. Señores: los barrabravas no son hinchas. El club es de los socios, no de esos tarambanas.

Por otro lado están los políticos y la gente responsable de garantizar la seguridad (de los protagonistas y de los hinchas de verdad). El garantismo se va a llevar puesto a este país. Hay derechos humanos, pero también hay deberes. Reprimir cuando alguien está haciendo algo en perjuicio de otros es algo necesario. Sólo por citar el caso del jueves, reprimir a los que tiraban botellas a los jugadores hubiese sido lo correcto. Y no, armar un túnel de escudos para que salgan los jugadores como si fuesen reos. Reprimir eso no los convierte en genocidas. No tiene nada que ver.

También es responsabilidad de los jugadores y técnicos, cuya irresponsabilidad a la hora de declarar y provocar a la gente con gestos desde dentro de la cancha (taparse la nariz al entrar a la Bombonera, hacerse los que tienen frío en el Monumental) es absolutamente reprobable. . Gozar una vez que se terminó el partido, una de las peores bajezas de un deportista. ¿Desde cuándo se volvió tan necesario "calentar" un superclásico? ¿No es suficiente la gloria deportiva, la motivación de querer vencer al otro dentro del campo de juego? Se habló mucho de guerra. Ahí están las consecuencias.

Otro enorme responsable de esto es el periodismo. Siento que todo empezó a pudrirse feo cuando arrancaba Tribuna Caliente y ese periodismo basura que ha hecho tanta escuela. Polemizar, polemizar y polemizar. Generar el punto y el contrapunto todo el tiempo para lograr un puntito más de rating, o vender un diario más, o tener una primicia aunque no esté comprobada la noticia. Preguntarle a un jugador que piensa del otro y luego ir a buscar a ese otro para contarle lo que habían dicho de él y ver qué le respondía. Pactos con jugadores para que les cuenten intimidades del vestuario. Hablar tanto de los arbitrajes. A veces pienso que la tecnología no ingresa al fútbol porque si se redujeran las polémicas, muchos medios se quedarían sin contenido. Ojalá alguien hablara de lo vergonzoso que es muchas veces el periodismo. Hacer notas irrelevantes de cosas que ni deberían llegar a los diarios. Fogonear tanto las cargadas. No respetar nada. Olvidarse que atrás de los protagonistas hay personas y familias.

Y finalmente, y no menos importante, nosotros también somos responsables. Somos responsables al echar leña al fuego. Al darle de comer al periodismo basura. Al comprar entradas en una reventa. Al gozar tanto tras la derrota ajena. Pero la saña indiscriminada hace mal. Hay que ponerse en el lugar del otro y respetar el sufrimiento (deportivo, claro está). Porque la próxima vez nos va a tocar a nosotros. El dolor de una derrota ya es lo suficientemente grande como para que a uno se lo anden recordando, más allá de esos cafés de oficinas o charlas con amigos. Somos responsables al ser hinchas de "la hinchada" y festejar a los violentos o aplaudirlos. O Cantamos "Boca te vamo' a matar", "River no te vas", "XX, hijo de p.., la p... que te p...", con odio en nuestros rostros (alguien me explicará algún día por qué se para el partido si hay un canto xenófobo, pero cuando hay insultos hacia jugadores, árbitros o el rival no; ¿será que si es entre argentinos se puede?). 

El otro día vino mi hijo (5 años) del colegio diciéndome que se había peleado con un amigo porque era de Boca. Que no se podía ser amigo de Boca si uno era de River... A odiar también se enseña y se aprende. No sirve de nada que después subamos una foto con un chico de River y uno de Boca abrazados, y después subamos fotos en las redes sociales enseñándoles a nuestros hijos a cargar a River o a Boca (después del 5 a 0 del verano, o ahora el caso inverso). A decirles que vayan al colegio y le digan que el otro club es basura. Eso no es folklore.

¿Cómo salimos de esto?
Asumiendo nuestra cuota de responsabilidad y haciendo lo que tenemos que hacer. Hay que volver a trazar los límites, que ya están demasiado desdibujados. Dicen que el fútbol es el reflejo de la sociedad. No es menos cierta la relación opuesta. Purifiquemos el fútbol y que eso luego rebalse en la sociedad. Seamos protagonistas. Esta semana me di cuenta que somos muchos más los que queremos y creemos en esa magia del fútbol. No permitamos que nos la roben. Hay que volver a trazar los límites. No seamos "hombres masa", respondiendo ataque por ataque y haciendo "lo que hacen todos". Hagamos un esfuerzo y recuperemos nuestra individualidad. Pensemos si lo que vamos a hacer suma o no. Aprendamos a separar la inocencia y una broma inteligente de cosas que sólo generan más odio. Celebremos las bromas inteligentes, cuando se hacen con respeto y cuando sabemos que a quien se las hacemos lo interpretará así. 

Tuve que soportar que hinchas me digan que yo le pegué a mis jugadores, que les tiré maíz, que rompí mi cancha. No, señor. Esos son imbéciles con los que no me identifico. Sí me identifico con River y su historia deportiva (descenso incluido, sí). No consumamos periodismo basura. Periodistas: investiguen a los barras, investiguen a los dirigentes. Denuncien. Hablen de fútbol todo lo que quieran (de eso no nos vamos a cansar nunca). Ayuden desde su lugar. Sumen, no resten.  

Necesitamos recuperar el fútbol. Porque necesitamos recuperar nuestra sociedad.