martes, 29 de octubre de 2013

¡CUBA CAMPEÓN!

Media previewLa Catedral del rugby fue sede de un acontecimiento de esos que hacen llorar a la gente grande. Que estremecen hasta al más parco entre los parcos. CUBA se consagró campeón del torneo de Buenos Aires después de 43 años. El 26 de octubre quedará grabado a fuego en nuestros corazones azules y negros.

La jornada fue una verdadera fiesta. Porque era una final. Porque se trataba de dos grandes equipos. Porque los gritos contenidos durante tanto tiempo finalmente pudieron ver la luz. Y, sobre todo, porque se trataba del deporte más sublime que haya inventado el hombre. Donde el respeto y la camaradería están siempre (o casi) a la orden del día. El clima festivo se mantuvo antes, durante y después del partido. Ver a la hinchada de Hindú aplaudiendo la vuelta olímpica fue algo muy emocionante y que va a ser imposible de olvidar. Los grandes diciéndoles a los chicos que aplaudan es una muestra de la caballerosidad que reinó en la soleada tarde sanisidrense.

El marco fue imponente. De un lado, el campeón defensor. El club más ganador de los últimos años. Un caso exitoso que demostró que con trabajo y humildad se puede llegar muy lejos. Del otro lado, el retador, un equipo joven con una extraordinaria convicción que se proponía torcer la historia ese mismo día, y volver a poner al club de Villa de Mayo en la cima del rugby local. Un equipo que tenía en claro que merecer algo no es motivo suficiente para conseguirlo.

Arrancó mejor Hindú. Con una férrea defensa y un poco más de precisión en el juego, parecía que haría prevalecer su mayor experiencia en este tipo de partidos. Se puso arriba CUBA con un penal de Bauti Güemes (una de las grandes figura de la tarde) pero no tardó en darlo vuelta Hindú con penal y drop de Chori Senillosa. Sin embargo, se sucedieron dos situaciones (penal accesible desviado de Senillosa y jugada de try no convalidada tras ser dirimida por TMO) que hicieron que en la tribuna cubana nos miráramos soñando que podía ser el día en que se terminara el estigma. Haber cerrado el parcial 6-3 pese a la supremacía del equipo de Torcuato invitaba a la ilusión.

Claro. Esas siete mil almas negriazules estábamos acostumbradas a definiciones en las que al rival le salieran todas. O a que sucedan cosas extraordinarias. Como aquella semifinal contra CASI, cuando en la conversión del try del Negro Leiguarda lo apuran a patear a Piltrafa Ezcurra en lo que creo que fue la única vez en la historia del rugby que apuraron a un pateador por el supuesto minuto que tienen para patear. O aquél penal del Flaco Del Carril que no entró contra un SIC que jugó un tiempo con un jugador menos tras la expulsión de Anthony. O más acá en la historia, el playoff del año pasado, en el que se pierde un partido realmente increíble contra Newman, después de haber tenido cinco penales a cinco yardas del in-goal rival. O tantas otras…

El segundo tiempo  no arrancó de la mejor manera. A los dos minutos, otro drop de Senillosa ponía la chapa 9-3… El reloj empezaba a acelerarse. En la tribuna, la 4B estaba un poco más ansiosa, pero seguía confiado en su equipo. El partido pedía que alguien rompiera el molde. Hasta ese momento, el equipo no había podido desplegar todas sus armas. Estaba dejando la vida, pero no le estaban saliendo las cosas. Fue entonces cuando Bautista Güemes hace una salida rápida y genera un scrum en cinco yardas rivales.
En ese momento, se sintió un cambio de dirección en el viento. El partido cambió ligeramente de manos, inclinándose para los de la Villa. Y apareció la estirpe del gran equipo cubano. El equipo fue y nunca dejó de intentar. Llegó el minuto 20’, cuando a través de una avivada del virtuoso Juan Cruz González en una ley de ventaja, se gesta el try del picante Moroni para la primera gran explosión de la tribuna cubana. 9-8 y veinte minutos por jugar.

Los minutos del reloj parecían segundos. Aparecía Maguire, emocionando con algún tackle o llevando la pelota, jugando cada jugada como si fuera la última de su vida. Empujaba De la Vega. Se cortaba Pablo Quadri como si fuera O’Driscoll. El scrum cubano doblegaba a su rival. 

La gente seguía alentando. No nos iban a quitar el sueño sin luchar hasta el final. CUBA siguió jugando el rugby que lo había depositado en la final, convencido de que ese era el camino. Llegó el line robado y el drop. Parecía que la película tenía final feliz… No pudo ser… Pero tanto va el cántaro a la fuente… que se termina rompiendo. Llegó el momento crucial. Patada a cargar y penal de Camacho contra el escurridizo y corajudo Bence Pieres. Minuto 78… La historia de un club en los botines rosas de Güemes… 

En la tribuna estaban los que no querían ver, y los que no podíamos no mirar. La cuestión es que la pelota entró gracias a la mente fría del pateador (nada de eso de que “por suerte” entró) y se desató la locura. Todavía hacía falta sufrir un poco más, ya que la salida la obtuvo el incansable Iachetti y el último campeón demoró el festejo un poquito más. Pero qué son unos minutos en tantos años. Porque si algo aprendimos en estos 43 años fue a esperar…

Pitazo final y rienda suelta al festejo: ¡CUBA CAMPEÓN! Los brazos en alto del enorme capitán Lucas Piña, el corazón del equipo, siempre poniendo  el equipo adelante, transmitiendo tranquilidad y serenidad aún en los momentos más difíciles. Quiso la historia que surgiera alguien desde la Villa para llevar al equipo hasta el campeonato. Dicen que nadie es profeta en su tierra… Aquí tienen la excepción…

¡CUBA CAMPEÓN! ¡CUBA CAMPEÓN! ¡CUBA CAMPEÓN!

Ver chicos de 5 años festejando al lado de gente mayor llorando eriza la piel. Se me vinieron millones de recuerdos a la cabeza. Porque CUBA es gran parte de mi vida. Recuerdos de todo tipo…

Me acordé de mis amigos. De mi familia. Del club. De las alegrías y las tristezas. Veranos. Inviernos. La colonia. Jerry. El triangulito. Las olimpiadas de la Villa. Las guerras de bombuchas. El prolijito, a donde los más grandes nos llevaban de noche y teníamos que volver caminando. El enorme y eterno Hector Brinville, que lo vi alentando en la tribuna y felicitando a todos diciéndonos que nos lo merecíamos. Me recordé sacando piedras con mis amigos en lo que hoy es el Anexo cuando jugábamos en las infantiles. Me acordé de todos mis entrenadores y las grandes enseñanzas que me dejaron. De ese “Esfuerzo-Respeto-Amistad” que nos inculcaron desde chiquitos. Me acordé de los terceros tiempos. De la Tio Ure, que armamos porque no podíamos jugar en la Taquini. Me acordé de las giras. Me acordé de los amigos que me hice. Me acordé de las tristezas del club. De Tommy Miguens, Juan MT, Paio, Cualo, Juanqui, Kinino, que son las que viví más de cerca. Me acordé de los partidos de volley en el verano. De los que laburan el club. Oscar, Ariel… Los que laburaron. Me acordé de Fede, el del viejo vestuario. De los muchachos del vestuario de Nuñez… Me acordé de las milanesas en el quiosco de Juan…Me acordé de tantos años de seguir el rugby. Tantos clubes recorridos. Me acordé del descenso contra Alumni. Me acordé de la Reubicación. Me acordé de las semifinales… Me acordé hasta de la gente que opina sobre los valores del club desde afuera, sin conocer. En fin… Podría seguir dos horas más…
Me imaginé este mismo frenesí en la cabeza de cada cubano. Repasando su historia y dando rienda suelta a la emoción y a la algarabía. Dando esa tan ansiada y tan esperada vuelta olímpica. ¡CUBA campeón!

Después llegó el momento de la fiesta en la Villa. Esas primeras horas fueron increíbles. Íntimas. Con gente del club. Grandes y chicos. Hombres y mujeres. Me guardo ese momento como una foto de lo que es CUBA. 

Este título no llega de casualidad. Llega gracias al compromiso de un grupo de personas que creyeron que se podía torcer el rumbo de la historia. Desde la capitanía del club y de la mano de los entrenadores, potenciando al máximo al equipo e inculcándoles un convencimiento de que cuando se trabaja para algo convencido de que se puede, las cosas suelen salir. Los médicos, los kinesiólogos, los preparadores físicos. Todos aportaron desde su lugar. Y cuando todos tiran para el mismo lado, se consiguen cosas extraordinarias. 

Esto no acaba de terminar, pero tampoco acaba de empezar. Es una historia viva. Es la historia de CUBA.

¡CUBA campeón! ¡Salud!

martes, 16 de julio de 2013

Chau, Ariel. Hasta siempre. Gracias por todo.


No me conocés. No me viste nunca en tu vida. Paradójicamente, yo sí te conozco. Cómo no conocerte, si crecimos juntos… Con los ídolos, la relación es así. Uno siente que si se lo cruza en un pasillo, lo saludaría como quien saluda a un familiar o a un amigo de la infancia. Por eso, siento que nos conocemos.
 
No tenés idea lo que generaste en tantos otros como yo a lo largo de todos estos años. En mi corazón rojo y blanco, el lugar más grande te lo ganaste vos. Ese lugar especial se lo birlaste a Enzo, a quien también lo tengo en el olimpo de mi alma. No hay muchos más… Al menos, no compartiendo ese status de ídolo contemporáneo, carismático, sencillo y humilde que arranca sonrisas con el sólo hecho de entrar a una cancha de fútbol o de pararse frente a un micrófono. A futuro, es prácticamente imposible que alguien te  pueda arrebatar ese lugar de privilegio. A decir verdad, el fútbol sin tu alegría ya me empieza a dar un poco de tristeza. Quizás sea la edad, vaya uno a saber.
Tengo enormes y muy gratos recuerdos de toda tu carrera. Tus primeros pasos con esos enganches de hasta tres o cuatro por jugada antes de tirar un centro. Tus goles en la Bombonera. Un golazo a Talleres de Córdoba en el Monumental. Asistencias a Enzo y a Crespo. El golazo a Ferro luego de que nos pasara por encima la Juve en la final de la intercontinental. La libertadores 96 completa. Valencia, Sampdoria, Parma, Fenerbace, Independiente Rivadavia. Verte con los colores de Newell’s fue raro, pero igual me alegré por vos. All Boys y Defe. Aquel gol a San Lorenzo relatado por Lito me hace emocionar cada vez que lo veo.
 
Me acuerdo también estar en la cancha el día que jugábamos contra Racing y Ramón te quería sacar. No saliste y se armó revuelo. Gracias a la viveza del Diablo Monserrat se resolvió sin mayores discusiones. Era como si supieras que ese día River, como tantas otras veces, te necesitaba. Te quedaste en la cancha y la descosiste. Toda. Goles y enganches made in Ortega. Me acuerdo también el día del 3-0 en la Bombonera. Víctor Zapata, ya de noche y consumada la fiesta, contaba cómo vos organizabas todas las jugadas por medio de chiflidos, marcando el tiempo para que nadie hiciera una de más. Me acuerdo también de la selección. Los mundiales. El penal a Van der Saar que no fue… Vaya uno a saber por qué… Era más fácil que te cobren penal a vos que nos dieran el gol con la mano de Diego en el 86´… Pero la historia quiso que no fuera. Más acá, recuerdo también que la última vez que salimos campeones fue gracias a tu magistral aporte. Buonanotte hizo como 12 goles de tu mano. El campeonato siguiente se fueron Carrizo y vos y salimos… últimos. Fue el principio del fin…
También me acuerdo, no sin dolor, de la parte triste de tu vida. La prisión emocional de Turquía. Los problemas fuera de la cancha. Los periodistas disfrutando el escarnio público. Esos mismos que tantas veces se llenaron la boca elogiándote. Y la gente mal intencionada que se olvidaba que atrás del Burrito-jugador, hay un Burrito-persona. Que tiene una familia por detrás. En Argentina, la desgracia ajena se disfruta por sobre la gloria propia. Pero si en algo se sustenta la idolatría, es en la incodicionalidad. Eso explica que en esta etapa el vínculo se hiciera más fuerte. Durante esa etapa en el ostracismo (con la prohibición de la FIFA para  jugar) me acuerdo de buscar ansioso la noticia que más tarde llegaría. Esa que decía que se arreglaba la suspensión y podías volver a jugar.
Los vaivenes siguieron varios años más. Y nos fuiste acostumbrando a la ruleta emocional, pasando de la euforia a la amargura con tan solo una foto de algún imbécil vanagloriándose de encontrarte de rodillas, tras un nuevo tropezón. Y lo futbolístico pasó a un segundo plano. Los que te queremos, queríamos verte bien. Feliz. Sin importar que  no pudieras regalarnos más gambetas.
El sábado te despediste. Como tantas veces. Pero en las anteriores sabíamos que en algún momento ibas a volver a casa a deleitarnos con tus amagues. “Se va uno de los últimos grandes ídolos”, rezaba una placa. Me hizo dar cuenta que este fútbol argentino en constante emergencia nos está dejando sin una de las cosas más lindas que tiene el fútbol: nuestros ídolos. Verón nos regalará otro semestre. A Román no le queda mucho. Me cuesta imaginarme tipos que jueguen tanto tiempo y tan bien en nuestro fútbol vernáculo. El fútbol argentino no sale de terapia intensiva. Y nadie parece darse cuenta. Hace  poco veía gente llorando por un descenso. No la entiendo. Es un momento duro y amargo, pero no para llorar. Si llorás por algo así, es  evidente que en tu vida nunca te pasó nada doloroso en serio. Yo no lloré cuando nos fuimos a la B. Tenía bronca, sí. E impotencia. El sábado, en cambio, no pude contener las lágrimas. Veía tus canas en esa cara que parece siempre de veinte años. Ese mentón salido, producto de tanto reirte y sonreir. Siempre con buena onda. Admirado y querido por pares, y muy respetado por rivales. Nunca te la creiste. Nunca un comentario de mala leche. Amigos en todos los clubes. Dejando una impronta en la gente a la que te rodeó. En eso también sos ídolo. Porque nunca dejaste de ser Ariel de Ledesma.
No estoy para juzgar qué cosas hiciste bien o mal. No me interesa ni tengo autoridad alguna. Demostraste que sos humano como todos y como ninguno a la vez. Si no hay grandeza en caerse, sí la hay en levantarse.

Es por eso, Ariel querido, que sólo quiero decirte GRACIAS. Y de corazón te deseo que vivas mucho tiempo más y puedas disfrutarlo con tus seres queridos. A los que vos querés, obviamente. Porque los que te queremos somos tantos que no te alcanzarían ni cien vidas para estar un minuto con cada uno de nosotros.
 
 

martes, 19 de febrero de 2013

El Cruce (segunda parte)


Acá estamos nuevamente para todos aquellos intrigados en conocer el desenlace de los aventureros...

Intentaré mantener el grado de detalle en la narración, ya que si están leyendo esta parte es porque evidentemente les gustó la primera. No puedo comprometerme porque el cansancio y el ladino tiempo se complotan para intentar borrar algunos recuerdos. Por supuesto que los más lindos (y también los más feos), son los más difíciles de borrar... 

Día 2: la materialización de la locura

El día amaneció algo nublado. Un guiño del tiempo para con nosotros. Ponerse las zapatillas aún mojadas del día anterior es algo bastante desagradable. Es como si los pies se resistiesen, quizás sorprendidos de que el esfuerzo del día anterior no haya sido suficiente para terminar con el asunto. Ni qué decir de ponerse la camiseta oficial de la carrera... 

Los músculos se van despertando por turnos. Primero el tren superior, luego los gemelos y los cuádriceps. A los isquiotibiales y los glúteos parece costarles un poco más, pero de a poco van recuperando movilidad. Ya después del desayuno, cuerpo-mente-ropa ya son uno nuevamente y nos encontramos listos para proseguir con el itinerario.

Lejos de ser expertos, pero sin dudas mucho más experimentados que el día anterior, cargamos inteligentemente nuestras mochilas: agua, geles, frutas, botellitas de agua para cargar de los arroyos, y rompevientos... Los dioses de la montaña se apiadaron de nosotros e impidieron que dejáramos los rompevientos en los bolsos, algo que teníamos pensado hacer luego de evaluar el peso de los mismos y de sopesar la inocente creencia de que, como el primer día no los usamos, no los necesitaríamos más nunca.

Nuevamente, una caminata previa que no se computa en los registros. Habrá sido un kilómetro desde el campamento hasta un precario puente que los colectivos no se atrevían a cruzar. Nos subimos al bondi que nos transportó hasta la largada y, sin más prefacio, arrancamos lo que sería una de las pruebas físicas y mentales más exigentes de nuestras vidas.

Ya de entrada, el segundo día nos mostraba sus afilados dientes... Una larga y empinada subida por un camino de autos. La temperatura rondaría los 18-20 grados. Fresco, pero mientras se mantiene el calor corporal, es una buena temperatura. Empezamos tranquilos, pensando en tardar unas nueve o diez horas. La categoría equipos había hecho esta etapa el día anterior, y en el campamento circulaban rumores de que había gente que había tardado hasta trece horas... 

Los grupos de corredores comenzaban a pasarnos. Uso adrede la palabra grupos, ya que no son equipos. Cada corredor es parte del grupo en tanto y en cuanto pueda mantener el ritmo del mismo. Caso contrario, irá quedando relegado. En definitiva, es un poco el espíritu del corredor. Uno corre contra sí mismo, no contra los demás.

Habrían pasado unos cuarenta y cinco minutos de la salida, cuando nos miramos y nos propusimos casi al unísono empezar a meterle ritmo. Y así fue. Empezamos a trotar y a correr en las partes planas y bajadas, y a subir a buen tranco en las subidas. Una vez que se terminó el camino de autos, nos adentramos en un frondoso bosque, cuyo suelo estaba blando, producto de la lluvia de la noche anterior. A la hora nos comimos una fruta y tomamos un poco de agua, comenzando una rutina que no abandonaríamos hasta el final de la carrera.

Casi sin darnos cuenta, llegamos al primer arroyo. Km 10. Una hora y cuarenta minutos. Veníamos a un ritmo arrasador... Superado ese arroyo, continuamos el ascenso, por unos tres km de bosque. Ya en el último tramo del bosque se veía una larga y picante subida para salir del mismo. Lejos de amedrentarnos, le metimos ritmo y, dejando atrás a varios corredores, la superamos sin mayores contratiempos. 

Generalmente, después de una subida uno mira rápidamente el nuevo horizonte para luego volver la mirada sobre el camino que lo llevó hasta ahí, de manera tal de poder regocijarse viendo la hazaña que acaba de realizar. En ese instante, una corredora que llegaba al lugar nos pregunta si sabíamos si esa era "la" subida que se veía en el perfil de alturas de la etapa dos. Antes de liberar el impulso de responder que sí. giramos nuestras cabezas 180° para corroborar que así era... Ahí fue cuando vimos "LA" subida. Un paredón infernal y eterno que hacía parecer que el reciente ascenso fuera como subirse a un banquito.

No nos dimos tiempo de pensarlo siquiera una vez. Continuamos la marcha. Uno. Dos. Uno. Dos. Un pie después del otro. La subida era definitivamente nuestro fuerte. Seguimos pasando corredores. Al cabo de unos cuarenta y cinco minutos más, llegamos a la cima. Dos mil metros de altura, pico de la carrera. 15 km en algo más de tres horas. Impecable hasta allí.

Del sol, ni rastros. A esa altura y con el día nublado, el fresco ya era frío. Nos pusimos el rompevientos y empezamos la bajada. Dos kilómetros más y llegamos a un lago en el medio de la montaña. Un lugar realmente increíble. Nos reabastecimos de agua y seguimos. Aún no estábamos ni siquiera en la mitad del recorrido.

Saliendo del lago nos dispusimos a enfrentar una nueva subida. Ninguna sería como la que ya habíamos dejado atrás, aunque el cansancio del cuerpo se empecinaba en hacernos creer lo contrario. El paisaje cambió drásticamente. Terreno más rocoso y un poco más verde. Retomamos la corrida y seguimos avanzando a buen ritmo. El frío ya comenzaba a calar un poco más hondo. La lluvia y el viento se unieron a nuestra marcha, para acompañarnos durante varias horas.

Cruzamos una larga y árida meseta para llegar a una de las partes más lindas del recorrido. Pasando el km 20 y tras una nueva subida en terreno más arenoso, llegamos a una especie de desierto rocoso en el que se veían sólo montañas y una diminuta fila de corredores allá a lo lejos en el horizonte. Después de unos mil metros de caminata en la planicie, volvimos a trotar. Llegamos a lo que vendría a ser el filo de un volcán extinto y comenzamos a caminar por el mismo. Cuando veo paisajes como ese pienso varias cosas. Por un lado, imagino que Dios dedicó mucho más tiempo y esfuerzo en diseñarlo, y se lo reservó a personas que sólo lo podrán ver luego de cierto esfuerzo para acceder hasta allí. También pienso que pareciera ser ley que cuanto uno más se aleja de los lugares donde el hombre ha dejado su indeleble huella (ciudades principalmente), tanto más impresionante y espectacular es el paisaje. Es algo así como la pequeñez del hombre ante la inmensidad de la naturaleza y todas esas cosas...

Venimos bien. Ya estaremos en las cinco horas de recorrido. Bien hidratados y bien alimentados. Sobrepasamos otro filo y comienza un escarpado descenso hacia un bosque. Este descenso, de alrededor de media hora, es en un paisaje que se parece a la Escocia de Corazón Valiente. Verde y rocoso, nublado y húmedo.

Tres o cuatro arroyos más tarde, entramos al último bosque. El bosque mais grande do mundo... 

Esquivar una raíz, saltar un charco, pisar la rama dentro del lodazal para no empantanarse, correr otra rama con el brazo, controlar la respiración, agachar la cabeza, tener cuidado al pasar un corredor, ver el camino, mirar el paisaje... Extenuante...

Iremos ya por las seis horas de carrera. Estamos corriendo de costado por la montaña, con árboles a ambos lados. Otro imponente lago se ve a la derecha, con una carpa de algún turista a lo lejos. Correr de costado me hace pensar en lo que debe sentir una persona con una pierna más corta que la otra al correr en el plano. Es demoledor para las articulaciones. Tal es así, que mi rodilla empieza a clamar socorro. Intento acallarla, como todo el resto de la carrera, pero me resulta imposible. Hasta que, tan concentrado en ella, me distraigo y me tuerzo fuertemente el tobillo derecho. Es un clarísimo esguince. Siento que el mundo se me viene abajo. No tenía dudas de que ese día lo iba a terminar, pero si la lesión me impedía salir el tercer día sería algo devastador. 

Tuvimos que disminuir la marcha y caminar hasta el final. Sabía que si el esguince era severo, no podría continuar por más que quisiese. Me propuse entonces atenerme a lo único que me quedaba: la ferviente voluntad de cruzar esa meta.

Kilómetro 35. Cruzamos un arroyo y pensábamos que ya estábamos. Nos habían dicho que eran 38 km para esa etapa. Última subida y la bajada más empinada de todas. Mis rodillas crujían. Joaquín, producto de todo un año de gimnasio, lo llevaba bastante mejor. Su lucha pasaba más por combatir los efectos adversos del tabaco. Vale decir también que todavía no habíamos aprendido a correr las bajadas. Recién al día siguiente aprenderíamos...

Km 38 y llegamos a un camino de autos. Mojados, doloridos y hartos. Van como siete horas y media de carrera. La ilusión por ese plato caliente de pastas nos hace dar otro paso. Curva, contra curva, contra contra curva... Los 4 km más largos del mundo. 

Ocho horas y casi veinte minutos después de largar, llegábamos a la meta...

El campamento dos estaba en un lugar aún más lindo que el del primer día. Nos aseamos un poco en un gélido arroyo, dejando la mitad inferior del cuerpo bajo el agua para que las bajas temperaturas mimen un poco a las maltratadas articulaciones y músculos. Habremos llegado a eso de las cinco o seis de la tarde, por lo que el almuerzo y la cena fueron bastante seguidos. 

Rengueando de un lado al otro, temía ir a la enfermería, ya que quería evitar oír un veredicto que no quería oír. Un analgésico y a esperar. Opté por dormir una pequeña pero reparadora siesta, mientras Joaco pasaba por la camilla de masajes.

Mucho más habituados a la vida de camping, nos acomodamos rápido y disfrutamos de las charlas con otros corredores-gladiadores. El clima del campamento es muy distinto al del primer día. A esta altura ya se cayeron todas las caretas y todas las corazas. El cansancio une los espíritus. Hay un muy lindo ambiente de amistad. Es que claro... estamos todos juntos en ésta...

Día 3: abrazo a la gloria

Creo que dormimos un poco mejor. El cuerpo necesitaba el descanso y descansó... Repetimos rutina: armado de mochila, más abrigo que el día anterior, desayuno y bondi.

Arrancar el tercer día fue un gran alivio. Ya está. Hoy se termina. "Cómo" se termina será otra cosa, pero al terminar el día la faena estaría concluida.

Los primeros dos kilómetros eran sobre camino de ripio. Muy tranquilos trotamos hasta el primer bosque y la primer subida. 

Terreno blando y, con el vendaje, ni rastros del dolor del tobillo. El que sí me acompañaría durante toda la etapa seríael dolor de rodilla. Un dolor que oscilaba entre un mínimo que hacía que no pudiese pensar en otra cosa y un máximo que no me impedía continuar la marcha. Supe que, no importara cómo, llegaría. Nadie me iba a impedir dar todo lo que tuviera. Darlo todo era la única forma de poder mirar a los ojos a mi familia y a mí mismo en un espejo. Joaco estaba entero, aunque obviamente con algún dolor muscular.

Arrancamos a muy buen ritmo toda la subida, y casi sin darnos cuenta, atravesábamos el km 10. Faltaba quizás una hora más de subida. Subida de bosque que se terminó haciendo dura debido a la inmensa fila india de corredores que se armó. Un verdadero embotellamiento. Ir más lento cansa más los músculos.

Al terminar la subida, una hostil pendiente nos aguardaba en la meseta. Deben haber sido dos o tres kilómetros con una moderada pero constante pendiente, con viento cruzado y lluvia constante. Un panorama muy sombrío... El paisaje era obviamente imponente, pero poco le importa a uno en ese momento en que sólo quiere una taza de café caliente al costado de una chimenea encendida. 

Ya en la bajada de la meseta, nos dispusimos a correr sobre el terreno rocoso. En este preciso momento fue cuando aprendimos a bajar... Era cuestión de soltar el cuerpo. Al no intentar frenar, las articulaciones no se resienten. Habremos corrido unos setecientos metros a máxima velocidad en bajada. Tan sólo esa sensación hubiera pagado la experiencia completa. El viento en la cara, las piernas descontroladas y libres. Libres como nunca. Como cuando uno era chico y no conocía otra forma de correr que no fuera a máxima velocidad... Un tropezón podría llegar a implicar una fractura expuesta, pero la adrenalina era más fuerte... Los huesos tarde o temprano irían a sanar...

Sería el km 18. Entramos al último bosque que cruzaríamos y nos comimos un paquete de maní. El maní más rico de nuestras vidas... Alternando el liderazgo con Joaquín, cruzamos el bosque como un relámpago. No queríamos parar... Correr, correr, correr...

Llegamos a un puesto de hidratación que estaba en el Km 21. Seis más... Tomamos agua y de nuevo a correr...

Llegamos a la ruta. Los últimos 3 ó 4 km son en la ruta que atraviesa las migraciones y aduanas de los países. Caminamos. La cabeza empezaba a darnos vueltas. Uno empieza a querer contar la experiencia antes de terminarla...

Nos pasan unos argentinos que nos alientan. Empezamos a correr con ellos. Vamos arrastrando gente al grito de "Vamos que falta poco, carajo!". Se nos pone la piel de gallina. Se ve la bandera de Chile. Es la frontera... No aflojamos. Nos demoramos un poco porque a Joaco se le mojó el papel migratorio y el gendarme es un rompe pelotas que no entiende nada de la vida...

Un kilómetro separan las aduanas de Chile y Argentina. Lo trotamos. En treinta segundos cruzamos la aduana. Faltan dos kilómetros!!

Aparece el inflable de la llegada. Vamos hacia él. Hay un alambrado. Hay que retomar, ir unos metros para atrás y bordear algo que parece un campo. A quién le importa. Ya pusimos la mirada en el inflable. Trecientos metros. Doscientos. Cien... Nos abrazamos. Llegamos...

Explotamos. Nos volvemos a abrazar y nos separamos. Cada uno necesita tomar consciencia y grabar ese momento. Los dos tenemos ganas de llorar y, como hombres, no queremos que nos vean llorar.  Me pongo en cuclillas y me quiebro. Dura poco, pero es muy intenso. Ya está. Nos lo propusimos. Quisimos. Pudimos.
 
Espero no haberlos aburrido con el extenso relato, pero es difícil ser breve con tantas cosas que pasaron.

Fue sin dudas una de las experiencias más lindas de mi vida. Alguien alguna vez me dijo una verdad que me retumbó bastante en la cabeza después de cruzar la meta: "Los grandes objetivos no se logran superando a los demás, sino superándose a uno mismo."

Los despido hasta nuestro próximo encuentro.


El Cruce (Primera parte) VIDEO

Acá les dejo el video de la primera parte


viernes, 15 de febrero de 2013

El Cruce (Primera parte)


El recorrido
Noventa y ocho kilómetros. Dos mil personas. Tres volcanes. Tres días. Una experienca inolvidable.

Me siento a intentar narrar lo que vivimos en estos días y me resulta muy difícil empezar. Es que, por momentos, el miedo a quedarme corto en la descripción supera la voluntad de compartir la experiencia, de lograr que todos puedan vivir de cierto modo esta epopeya que fue cruzar los Andes a pie. 

La decisión 

La historia empieza mucho antes que en la línea de largada. Todavía guardo fresco en mi mente el impulso que me llevó a anotarme. Porque si bien uno hace una suerte de análisis previo, hay un click del mouse que cambia todo. En este caso, fue el click para pagar la mitad del costo de la carrera... Joaco (amigo y compañero en la carrera) venía más decidido y se había anotado unos días antes. 

Es difícil describir el motivo por el cuál uno se embarca en este tipo de cosas. Algunos lo hacen porque hicieron una promesa. Otros lo hacen por entretenimiento. Están también los que lo hacen por costumbre y los que lo hacen sólo por disfrutar del paisaje. También están los que lo hacen por competir o por mejorar algún rendimiento anterior. Incluso están los que lo hacen porque un amigo les dijo que estaba bueno. 

Yo creo que, en mayor o menor medida, todos lo hacemos para demostrarnos que podemos superar nuestros límites. Límites impuestos por el entorno, por algún mito popular o por la peor limitante de todas: nuestra propia mente. Esa que puede hacernos realizar las mayores proezas, pero también impedirnos hacer las cosas más simples y cotidianas. Porque la mente controla la voluntad. Y la voluntad es uno de los mayores motores que puede tener una persona. "Si realmente quieres hacer algo, encontrarás una manera. Si no, encontrarás una excusa…" (Jim Rohn). 

Entrenando cuerpo y mente 

Suficiente preámbulo sobre la decisión. Quisiera compartir un poco lo que fue el entrenamiento, que duró alrededor de tres meses. 

Es difícil entrenarse para algo que uno desconoce. Entrenarse para una maratón o para un triatlón es duro, pero es más simple. Sin entrar en el esfuerzo que representa, basta con correr, nadas o pedalear equis cantidad de distancia cada semana. En el caso de "El Cruce", nosotros desconocíamos con qué nos podíamos encontrar. Subidas y bajadas, arroyos, sol, lluvia, viento, altura, falta de agua, falta de oxígeno (?), superficies distintas e irregulares, etcétera... Con este panorama, optamos por hacer fuerza de piernas y fondo. No fue una mala elección. 

El entrenamiento para una competencia es duro desde lo físico, pero también desde lo mental. Uno tiene que tener fuerza de voluntad todos y cada uno de los días en que entrena. A cuatro o cinco entrenamientos por semana en promedio, esto representa una gran cantidad de energía. Es por esto que uno llega a veces cansado mentalmente. Por suerte, la fecha de la carrera no se mueve, con lo cual en algún momento llega "el" día. 

En mi caso particular, siento que toda mi familia entrenó conmigo. Con cada aliento, con cada empujón cuando la pereza estaba por superarme... Con cada "Vas a correr hoy, papá?"... Fueron sin duda clave en toda la preparación. 

T-2 días: hacia la carrera
 
Me encontré con Joaco en Aeroparque. Era miércoles y todavía faltaban dos días para la carrera. La ansiedad y la incertidumbre eran grandes. Nos habíamos visto un par de semanas atrás en lo que fue la única vez que nos juntamos para entrenar. 

La sensación en el aeropuerto podría asemejarse al momento previo a algún partido importante de algún deporte que practiquen o de algún examen que hayan rendido. Uno espera ese pitazo inicial que descomprime absolutamente todo. Una vez que la cosa empezó, ya está. La atención pasará por otro lado. Pero hasta tanto uno no escuché ese estruendo liberador, uno se siente un poco tenso, nervioso. Para graficar esto, basta con compartirles la anécdota de Joaco, un día antes en el gimnasio. Ante una sensación de contractura en un gemelo, va a preguntarle al trainer para ver si lo podía ayudar a enlongar y analizar si le convenía parar. "Seguí corriendo. No tenés nada. Es miedo previo a la competencia." Todo dicho... 

Volamos a Bariloche y nos subimos a una combi que nos trasladó a San Martín de los Andes, en un tiempo récord (negativo) de unas cuatro horas. Nos instalamos y salimos a dar una vuelta, "despidiéndonos" de la previa a la carrera con una tremenda picada, regada noblemente con una buena cerveza. Empezamos a ver otros corredores y la excitación comenzaba a crecer.

T-1 día: Ya casi

A la mañana siguiente continuamos nuestro periplo hacia Pucón. Una hora para recorrer los 40 km que separan SMA de Junín de los Andes, y, tras una rápida pre-acreditación para la carrera, casi cinco horas más para llegar a Pucón. La mente, y en menor medida el cuerpo, estaban extenuados.

Fuimos a la charla técnica del día previo y salimos a comer una pizza, rica en hidratos de carbono. En los momentos previos, a mí me da la sensación de que la gente en general está más preparada que yo: o bien se entrenó más, o ya corrió maratones, o ya hizo el cruce antes, etc. Pasa que las conversaciones que se escuchan en Pucón son TODAS referidas a la carrera. Al menos todas las charlas para las que nosotros teníamos oídos.

Luego de comer y de comprar algunos víveres para la carrera, nos fuimos a dormir.

Día 1: En sus marcas... listos...

Arrancó el día tan ansiado... Febo ya se mostraba amo y señor del firmamento, señal de que la jornada sería calurosa. Nos subieron a otro bondi y nos llevaron a la base del centro de ski del volcán Villarrica. Nos hicieron caminar unos dos inhumanos kilómetros hasta la largada, donde cargamos algo de agua y, ya realmente hastiados de tanta espera, cruzamos la línea de largada.
Joaco y yo - la largada

De manera casi automática, la ansiedad desapareció, dando lugar a la adrenalina, a esa efervescencia propia que sentimos los que amamos los desafíos. Trotamos unos minutos y, víctimas de la inexperiencia, empezamos a caminar, temerosos de quedarnos sin energía para finalizar el recorrido.

Las primeras dos horas fueron de algarabía y excitación, y se nos pasaron bastante rápido. El relieve era mayormente rocoso, ya que atravesábamos una ladera del volcán Villarrica, imponente a nuestra izquierda durante todo el trayecto. Quizás una subida se nos hizo un poco larga, pero la sobrellevamos sin mayores inconvenientes.

Llegamos al km 10, donde estaba el primer puesto de hidratación, el único que habría hasta el final de la primera etapa. Aquí cometimos el primer gran error de la carrera. Al no cargar nuestras mochilas, no tendríamos suficiente agua para recorrer tranquilos e hidratados los 30 km del primer día.

Al salir del puesto, nos adentramos en un frondoso bosque. El desafío ahora era distinto. Esquivar raíces y ramas, subir y bajar, agacharse y saltar. Estar atentos y concentrados para no sufrir lesiones... Ya saliendo del bosque, empezó la etapa más dura del día 1. Subida de poca pendiente pero de enorme distancia bajo el rayo del sol. Sería cerca del mediodía, tres horas desde la partida. La sed arreciaba y el agua se empezaba a agotar.

Al finalizar la subida, y cuando pensábamos que lo peor ya había pasado, el paisaje cambió súbitamente. Coincidimos en que lo más parecido a lo que veían nuestros ojos era suelo lunar. Teníamos por delante unas enormes lomas de arena negra que obligaban a un esfuerzo descomunal para ascenderlas y descenderlas. El camino serpenteó a través de ellas por alrededor de una hora. Hasta que finalmente llegamos a un nuevo bosque, con un arroyo que corría a través de él.

La bajada final comenzaba. Joaco perdió sus anteojos al agacharse a tomar agua por segunda vez con las gafas colgadas de la remera (la primera vez los había dejado sabiamente al costado). Ya con la última reserva de agua que nos quedaba y habiendo agotado los víveres (barras de cereal y geles energéticos básicamente, más alguna fruta) nos dispusimos a tomar agua del arroyo, si bien venía con bastante grava volcánica en su corriente y era imposible no tragar tierra junto con el agua. Era el km 20.

Este nuevo bosque era más húmedo y con bastantes más raíces. Acá fue donde empezamos a correr. Corríamos un rato y caminábamos otro. Cruzamos varios arroyos con agua a la altura de los gemelos... Curva y contra curva. La concentración empezaba a menguar y los tropezones abundaban. Creo haber contado 4 torceduras leves de tobillo derecho en mi caso, y 3 de tobillo izquierdo en el caso de Joaco. Serían las dos de la tarde. La sensación térmica estaría cercana a los 35°C. La sed ya no podía crecer más. La fantasía con el agua de la llegada era lo que nos mantenía caminando.

Cuando ya empezábamos a imaginarnos que estaríamos caminando por el resto de nuestras vidas, apareció la salida del bosque. Un jeep estacionado y la falsa ilusión de que hubiese agua. No... A caminar unos 3 ó 4 km más... Ya sin energía para correr, en bajada por un camino de tierra para autos y absolutamente extenuados. Pensando que en cada curva del camino estaría la llegada...

Llegada que, valga la redundancia, eventualmente llegó. En el medio de la nada, y después de más de seis horas desde la largada, apareció el espejismo con esos arcos inflables que para nosotros lo eran todo. Un par de gatorades y a subirse a otro bondi para trasladarnos al campamento...

Superados algunos calambres, llegamos al primer campamento: un lugar increíble a la orilla de un lago.

El paradisíaco lugar ayudó sin dudas a la recuperación. Ni que decir del plato de pastas más asado que almorzamos. Al cabo de un par de horas, volvíamos a sentirnos bien. Enteros. El ambiente en el campamento era muy tranquilo. Muchos corredores estresados con sus tiempos y su lugar en la clasificación. Nosotros todavía estábamos disfrutando el haber llegado dentro del límite de tiempo establecido para poder participar el día siguiente.

Sin mucha vida de camping encima, hicimos nuestro mejor esfuerzo. Joaco durmió en su vivisac (símil rompevientos pero en forma de bolsa de dormir), que fue como dormir en el piso. Yo tenía una colchoneta de pileta, que si bien era algo mejor, era nada comparada con los colchones inflables del 95% del resto de los corredores.

Disfrutamos mucho ese primer día en el campamento, aunque aún algo preocupados por el día que nos esperaba. El perfil de alturas del día 2 era atemorizante. En los primeros 15 km deberíamos ascender1500 metros (ver infografía)... Pero esa ya es parte del próximo capítulo... Nos vemos ahí.