La Catedral del rugby fue sede de un acontecimiento de esos que
hacen llorar a la gente grande. Que estremecen hasta al más parco entre los
parcos. CUBA se consagró campeón del torneo de Buenos Aires después de 43 años.
El 26 de octubre quedará grabado a fuego en nuestros corazones azules y negros.
La jornada fue una verdadera fiesta. Porque era una final. Porque
se trataba de dos grandes equipos. Porque los gritos contenidos durante tanto
tiempo finalmente pudieron ver la luz. Y, sobre todo, porque se trataba del
deporte más sublime que haya inventado el hombre. Donde el respeto y la
camaradería están siempre (o casi) a la orden del día. El clima festivo se
mantuvo antes, durante y después del partido. Ver a la hinchada de Hindú
aplaudiendo la vuelta olímpica fue algo muy emocionante y que va a ser imposible
de olvidar. Los grandes diciéndoles a los chicos que aplaudan es una muestra de
la caballerosidad que reinó en la soleada tarde sanisidrense.
El marco fue imponente. De un lado, el campeón defensor. El club
más ganador de los últimos años. Un caso exitoso que demostró que con trabajo y
humildad se puede llegar muy lejos. Del otro lado, el retador, un equipo joven con
una extraordinaria convicción que se proponía torcer la historia ese mismo día,
y volver a poner al club de Villa de Mayo en la cima del rugby local. Un equipo
que tenía en claro que merecer algo no es motivo suficiente para conseguirlo.
Arrancó mejor Hindú. Con una férrea defensa y un poco más de
precisión en el juego, parecía que haría prevalecer su mayor experiencia en
este tipo de partidos. Se puso arriba CUBA con un penal de Bauti Güemes (una de
las grandes figura de la tarde) pero no tardó en darlo vuelta Hindú con penal y
drop de Chori Senillosa. Sin embargo, se sucedieron dos situaciones (penal accesible
desviado de Senillosa y jugada de try no convalidada tras ser dirimida por TMO)
que hicieron que en la tribuna cubana nos miráramos soñando que podía ser el
día en que se terminara el estigma. Haber cerrado el parcial 6-3 pese a la
supremacía del equipo de Torcuato invitaba a la ilusión.
Claro. Esas siete mil almas negriazules estábamos acostumbradas
a definiciones en las que al rival le salieran todas. O a que sucedan cosas
extraordinarias. Como aquella semifinal contra CASI, cuando en la conversión
del try del Negro Leiguarda lo apuran a patear a Piltrafa Ezcurra en lo que
creo que fue la única vez en la historia del rugby que apuraron a un pateador
por el supuesto minuto que tienen para patear. O aquél penal del Flaco Del
Carril que no entró contra un SIC que jugó un tiempo con un jugador menos tras
la expulsión de Anthony. O más acá en la historia, el playoff del año pasado,
en el que se pierde un partido realmente increíble contra Newman, después de
haber tenido cinco penales a cinco yardas del in-goal rival. O tantas otras…
El segundo tiempo no
arrancó de la mejor manera. A los dos minutos, otro drop de Senillosa ponía la
chapa 9-3… El reloj empezaba a acelerarse. En la tribuna, la 4B estaba un poco
más ansiosa, pero seguía confiado en su equipo. El partido pedía que alguien
rompiera el molde. Hasta ese momento, el equipo no había podido desplegar todas
sus armas. Estaba dejando la vida, pero no le estaban saliendo las cosas. Fue
entonces cuando Bautista Güemes hace una salida rápida y genera un scrum en
cinco yardas rivales.
En ese momento, se sintió un cambio de dirección en el
viento. El partido cambió ligeramente de manos, inclinándose para los de la
Villa. Y apareció la estirpe del gran equipo cubano. El equipo fue y nunca dejó
de intentar. Llegó el minuto 20’, cuando a través de una avivada del virtuoso
Juan Cruz González en una ley de ventaja, se gesta el try del picante Moroni
para la primera gran explosión de la tribuna cubana. 9-8 y veinte minutos por
jugar.
Los minutos del reloj parecían segundos. Aparecía Maguire, emocionando
con algún tackle o llevando la pelota, jugando cada jugada como si fuera la
última de su vida. Empujaba De la Vega. Se cortaba Pablo Quadri como si fuera O’Driscoll.
El scrum cubano doblegaba a su rival.
La gente seguía alentando. No nos iban a quitar el sueño sin
luchar hasta el final. CUBA siguió jugando el rugby que lo había depositado en
la final, convencido de que ese era el camino. Llegó el line robado y el drop.
Parecía que la película tenía final feliz… No pudo ser… Pero tanto va el
cántaro a la fuente… que se termina rompiendo. Llegó el momento crucial. Patada
a cargar y penal de Camacho contra el escurridizo y corajudo Bence Pieres. Minuto
78… La historia de un club en los botines rosas de Güemes…
En la tribuna estaban los que no querían ver, y los que no
podíamos no mirar. La cuestión es que la pelota entró gracias a la mente fría
del pateador (nada de eso de que “por suerte” entró) y se desató la locura. Todavía
hacía falta sufrir un poco más, ya que la salida la obtuvo el incansable
Iachetti y el último campeón demoró el festejo un poquito más. Pero qué son
unos minutos en tantos años. Porque si algo aprendimos en estos 43 años fue a
esperar…
Pitazo final y rienda suelta al festejo: ¡CUBA CAMPEÓN! Los
brazos en alto del enorme capitán Lucas Piña, el corazón del equipo, siempre poniendo el equipo adelante, transmitiendo tranquilidad
y serenidad aún en los momentos más difíciles. Quiso la historia que surgiera
alguien desde la Villa para llevar al equipo hasta el campeonato. Dicen que
nadie es profeta en su tierra… Aquí tienen la excepción…
¡CUBA CAMPEÓN! ¡CUBA CAMPEÓN! ¡CUBA CAMPEÓN!
Ver chicos de 5 años festejando al lado de gente mayor
llorando eriza la piel. Se me vinieron millones de recuerdos a la cabeza.
Porque CUBA es gran parte de mi vida. Recuerdos de todo tipo…
Me acordé de mis amigos. De mi familia. Del club. De las alegrías
y las tristezas. Veranos. Inviernos. La colonia. Jerry. El triangulito. Las
olimpiadas de la Villa. Las guerras de bombuchas. El prolijito, a donde los más
grandes nos llevaban de noche y teníamos que volver caminando. El enorme y eterno
Hector Brinville, que lo vi alentando en la tribuna y felicitando a todos
diciéndonos que nos lo merecíamos. Me recordé sacando piedras con mis amigos en
lo que hoy es el Anexo cuando jugábamos en las infantiles. Me acordé de todos
mis entrenadores y las grandes enseñanzas que me dejaron. De ese “Esfuerzo-Respeto-Amistad”
que nos inculcaron desde chiquitos. Me acordé de los terceros tiempos. De la Tio
Ure, que armamos porque no podíamos jugar en la Taquini. Me acordé de las
giras. Me acordé de los amigos que me hice. Me acordé de las tristezas del
club. De Tommy Miguens, Juan MT, Paio, Cualo, Juanqui, Kinino, que son las que viví
más de cerca. Me acordé de los partidos de volley en el verano. De los que
laburan el club. Oscar, Ariel… Los que laburaron. Me acordé de Fede, el del viejo
vestuario. De los muchachos del vestuario de Nuñez… Me acordé de las milanesas
en el quiosco de Juan…Me acordé de tantos años de seguir el rugby. Tantos
clubes recorridos. Me acordé del descenso contra Alumni. Me acordé de la
Reubicación. Me acordé de las semifinales… Me acordé hasta de la gente que
opina sobre los valores del club desde afuera, sin conocer. En fin… Podría
seguir dos horas más…
Me imaginé este mismo frenesí en la cabeza de cada cubano.
Repasando su historia y dando rienda suelta a la emoción y a la algarabía.
Dando esa tan ansiada y tan esperada vuelta olímpica. ¡CUBA campeón!
Después llegó el momento de la fiesta en la Villa. Esas
primeras horas fueron increíbles. Íntimas. Con gente del club. Grandes y
chicos. Hombres y mujeres. Me guardo ese momento como una foto de lo que es
CUBA.
Este título no llega de casualidad. Llega gracias al
compromiso de un grupo de personas que creyeron que se podía torcer el rumbo de
la historia. Desde la capitanía del club y de la mano de los entrenadores, potenciando
al máximo al equipo e inculcándoles un convencimiento de que cuando se trabaja
para algo convencido de que se puede, las cosas suelen salir. Los médicos, los
kinesiólogos, los preparadores físicos. Todos aportaron desde su lugar. Y
cuando todos tiran para el mismo lado, se consiguen cosas extraordinarias.
Esto no acaba de terminar, pero tampoco acaba de empezar. Es
una historia viva. Es la historia de CUBA.
¡CUBA campeón! ¡Salud!