viernes, 15 de febrero de 2013

El Cruce (Primera parte)


El recorrido
Noventa y ocho kilómetros. Dos mil personas. Tres volcanes. Tres días. Una experienca inolvidable.

Me siento a intentar narrar lo que vivimos en estos días y me resulta muy difícil empezar. Es que, por momentos, el miedo a quedarme corto en la descripción supera la voluntad de compartir la experiencia, de lograr que todos puedan vivir de cierto modo esta epopeya que fue cruzar los Andes a pie. 

La decisión 

La historia empieza mucho antes que en la línea de largada. Todavía guardo fresco en mi mente el impulso que me llevó a anotarme. Porque si bien uno hace una suerte de análisis previo, hay un click del mouse que cambia todo. En este caso, fue el click para pagar la mitad del costo de la carrera... Joaco (amigo y compañero en la carrera) venía más decidido y se había anotado unos días antes. 

Es difícil describir el motivo por el cuál uno se embarca en este tipo de cosas. Algunos lo hacen porque hicieron una promesa. Otros lo hacen por entretenimiento. Están también los que lo hacen por costumbre y los que lo hacen sólo por disfrutar del paisaje. También están los que lo hacen por competir o por mejorar algún rendimiento anterior. Incluso están los que lo hacen porque un amigo les dijo que estaba bueno. 

Yo creo que, en mayor o menor medida, todos lo hacemos para demostrarnos que podemos superar nuestros límites. Límites impuestos por el entorno, por algún mito popular o por la peor limitante de todas: nuestra propia mente. Esa que puede hacernos realizar las mayores proezas, pero también impedirnos hacer las cosas más simples y cotidianas. Porque la mente controla la voluntad. Y la voluntad es uno de los mayores motores que puede tener una persona. "Si realmente quieres hacer algo, encontrarás una manera. Si no, encontrarás una excusa…" (Jim Rohn). 

Entrenando cuerpo y mente 

Suficiente preámbulo sobre la decisión. Quisiera compartir un poco lo que fue el entrenamiento, que duró alrededor de tres meses. 

Es difícil entrenarse para algo que uno desconoce. Entrenarse para una maratón o para un triatlón es duro, pero es más simple. Sin entrar en el esfuerzo que representa, basta con correr, nadas o pedalear equis cantidad de distancia cada semana. En el caso de "El Cruce", nosotros desconocíamos con qué nos podíamos encontrar. Subidas y bajadas, arroyos, sol, lluvia, viento, altura, falta de agua, falta de oxígeno (?), superficies distintas e irregulares, etcétera... Con este panorama, optamos por hacer fuerza de piernas y fondo. No fue una mala elección. 

El entrenamiento para una competencia es duro desde lo físico, pero también desde lo mental. Uno tiene que tener fuerza de voluntad todos y cada uno de los días en que entrena. A cuatro o cinco entrenamientos por semana en promedio, esto representa una gran cantidad de energía. Es por esto que uno llega a veces cansado mentalmente. Por suerte, la fecha de la carrera no se mueve, con lo cual en algún momento llega "el" día. 

En mi caso particular, siento que toda mi familia entrenó conmigo. Con cada aliento, con cada empujón cuando la pereza estaba por superarme... Con cada "Vas a correr hoy, papá?"... Fueron sin duda clave en toda la preparación. 

T-2 días: hacia la carrera
 
Me encontré con Joaco en Aeroparque. Era miércoles y todavía faltaban dos días para la carrera. La ansiedad y la incertidumbre eran grandes. Nos habíamos visto un par de semanas atrás en lo que fue la única vez que nos juntamos para entrenar. 

La sensación en el aeropuerto podría asemejarse al momento previo a algún partido importante de algún deporte que practiquen o de algún examen que hayan rendido. Uno espera ese pitazo inicial que descomprime absolutamente todo. Una vez que la cosa empezó, ya está. La atención pasará por otro lado. Pero hasta tanto uno no escuché ese estruendo liberador, uno se siente un poco tenso, nervioso. Para graficar esto, basta con compartirles la anécdota de Joaco, un día antes en el gimnasio. Ante una sensación de contractura en un gemelo, va a preguntarle al trainer para ver si lo podía ayudar a enlongar y analizar si le convenía parar. "Seguí corriendo. No tenés nada. Es miedo previo a la competencia." Todo dicho... 

Volamos a Bariloche y nos subimos a una combi que nos trasladó a San Martín de los Andes, en un tiempo récord (negativo) de unas cuatro horas. Nos instalamos y salimos a dar una vuelta, "despidiéndonos" de la previa a la carrera con una tremenda picada, regada noblemente con una buena cerveza. Empezamos a ver otros corredores y la excitación comenzaba a crecer.

T-1 día: Ya casi

A la mañana siguiente continuamos nuestro periplo hacia Pucón. Una hora para recorrer los 40 km que separan SMA de Junín de los Andes, y, tras una rápida pre-acreditación para la carrera, casi cinco horas más para llegar a Pucón. La mente, y en menor medida el cuerpo, estaban extenuados.

Fuimos a la charla técnica del día previo y salimos a comer una pizza, rica en hidratos de carbono. En los momentos previos, a mí me da la sensación de que la gente en general está más preparada que yo: o bien se entrenó más, o ya corrió maratones, o ya hizo el cruce antes, etc. Pasa que las conversaciones que se escuchan en Pucón son TODAS referidas a la carrera. Al menos todas las charlas para las que nosotros teníamos oídos.

Luego de comer y de comprar algunos víveres para la carrera, nos fuimos a dormir.

Día 1: En sus marcas... listos...

Arrancó el día tan ansiado... Febo ya se mostraba amo y señor del firmamento, señal de que la jornada sería calurosa. Nos subieron a otro bondi y nos llevaron a la base del centro de ski del volcán Villarrica. Nos hicieron caminar unos dos inhumanos kilómetros hasta la largada, donde cargamos algo de agua y, ya realmente hastiados de tanta espera, cruzamos la línea de largada.
Joaco y yo - la largada

De manera casi automática, la ansiedad desapareció, dando lugar a la adrenalina, a esa efervescencia propia que sentimos los que amamos los desafíos. Trotamos unos minutos y, víctimas de la inexperiencia, empezamos a caminar, temerosos de quedarnos sin energía para finalizar el recorrido.

Las primeras dos horas fueron de algarabía y excitación, y se nos pasaron bastante rápido. El relieve era mayormente rocoso, ya que atravesábamos una ladera del volcán Villarrica, imponente a nuestra izquierda durante todo el trayecto. Quizás una subida se nos hizo un poco larga, pero la sobrellevamos sin mayores inconvenientes.

Llegamos al km 10, donde estaba el primer puesto de hidratación, el único que habría hasta el final de la primera etapa. Aquí cometimos el primer gran error de la carrera. Al no cargar nuestras mochilas, no tendríamos suficiente agua para recorrer tranquilos e hidratados los 30 km del primer día.

Al salir del puesto, nos adentramos en un frondoso bosque. El desafío ahora era distinto. Esquivar raíces y ramas, subir y bajar, agacharse y saltar. Estar atentos y concentrados para no sufrir lesiones... Ya saliendo del bosque, empezó la etapa más dura del día 1. Subida de poca pendiente pero de enorme distancia bajo el rayo del sol. Sería cerca del mediodía, tres horas desde la partida. La sed arreciaba y el agua se empezaba a agotar.

Al finalizar la subida, y cuando pensábamos que lo peor ya había pasado, el paisaje cambió súbitamente. Coincidimos en que lo más parecido a lo que veían nuestros ojos era suelo lunar. Teníamos por delante unas enormes lomas de arena negra que obligaban a un esfuerzo descomunal para ascenderlas y descenderlas. El camino serpenteó a través de ellas por alrededor de una hora. Hasta que finalmente llegamos a un nuevo bosque, con un arroyo que corría a través de él.

La bajada final comenzaba. Joaco perdió sus anteojos al agacharse a tomar agua por segunda vez con las gafas colgadas de la remera (la primera vez los había dejado sabiamente al costado). Ya con la última reserva de agua que nos quedaba y habiendo agotado los víveres (barras de cereal y geles energéticos básicamente, más alguna fruta) nos dispusimos a tomar agua del arroyo, si bien venía con bastante grava volcánica en su corriente y era imposible no tragar tierra junto con el agua. Era el km 20.

Este nuevo bosque era más húmedo y con bastantes más raíces. Acá fue donde empezamos a correr. Corríamos un rato y caminábamos otro. Cruzamos varios arroyos con agua a la altura de los gemelos... Curva y contra curva. La concentración empezaba a menguar y los tropezones abundaban. Creo haber contado 4 torceduras leves de tobillo derecho en mi caso, y 3 de tobillo izquierdo en el caso de Joaco. Serían las dos de la tarde. La sensación térmica estaría cercana a los 35°C. La sed ya no podía crecer más. La fantasía con el agua de la llegada era lo que nos mantenía caminando.

Cuando ya empezábamos a imaginarnos que estaríamos caminando por el resto de nuestras vidas, apareció la salida del bosque. Un jeep estacionado y la falsa ilusión de que hubiese agua. No... A caminar unos 3 ó 4 km más... Ya sin energía para correr, en bajada por un camino de tierra para autos y absolutamente extenuados. Pensando que en cada curva del camino estaría la llegada...

Llegada que, valga la redundancia, eventualmente llegó. En el medio de la nada, y después de más de seis horas desde la largada, apareció el espejismo con esos arcos inflables que para nosotros lo eran todo. Un par de gatorades y a subirse a otro bondi para trasladarnos al campamento...

Superados algunos calambres, llegamos al primer campamento: un lugar increíble a la orilla de un lago.

El paradisíaco lugar ayudó sin dudas a la recuperación. Ni que decir del plato de pastas más asado que almorzamos. Al cabo de un par de horas, volvíamos a sentirnos bien. Enteros. El ambiente en el campamento era muy tranquilo. Muchos corredores estresados con sus tiempos y su lugar en la clasificación. Nosotros todavía estábamos disfrutando el haber llegado dentro del límite de tiempo establecido para poder participar el día siguiente.

Sin mucha vida de camping encima, hicimos nuestro mejor esfuerzo. Joaco durmió en su vivisac (símil rompevientos pero en forma de bolsa de dormir), que fue como dormir en el piso. Yo tenía una colchoneta de pileta, que si bien era algo mejor, era nada comparada con los colchones inflables del 95% del resto de los corredores.

Disfrutamos mucho ese primer día en el campamento, aunque aún algo preocupados por el día que nos esperaba. El perfil de alturas del día 2 era atemorizante. En los primeros 15 km deberíamos ascender1500 metros (ver infografía)... Pero esa ya es parte del próximo capítulo... Nos vemos ahí.





1 comentario:

  1. excelente relato Negro.. en algún momento intuyo que llegaron a pensar... de seguir así mañana no salimos

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