martes, 19 de febrero de 2013

El Cruce (segunda parte)


Acá estamos nuevamente para todos aquellos intrigados en conocer el desenlace de los aventureros...

Intentaré mantener el grado de detalle en la narración, ya que si están leyendo esta parte es porque evidentemente les gustó la primera. No puedo comprometerme porque el cansancio y el ladino tiempo se complotan para intentar borrar algunos recuerdos. Por supuesto que los más lindos (y también los más feos), son los más difíciles de borrar... 

Día 2: la materialización de la locura

El día amaneció algo nublado. Un guiño del tiempo para con nosotros. Ponerse las zapatillas aún mojadas del día anterior es algo bastante desagradable. Es como si los pies se resistiesen, quizás sorprendidos de que el esfuerzo del día anterior no haya sido suficiente para terminar con el asunto. Ni qué decir de ponerse la camiseta oficial de la carrera... 

Los músculos se van despertando por turnos. Primero el tren superior, luego los gemelos y los cuádriceps. A los isquiotibiales y los glúteos parece costarles un poco más, pero de a poco van recuperando movilidad. Ya después del desayuno, cuerpo-mente-ropa ya son uno nuevamente y nos encontramos listos para proseguir con el itinerario.

Lejos de ser expertos, pero sin dudas mucho más experimentados que el día anterior, cargamos inteligentemente nuestras mochilas: agua, geles, frutas, botellitas de agua para cargar de los arroyos, y rompevientos... Los dioses de la montaña se apiadaron de nosotros e impidieron que dejáramos los rompevientos en los bolsos, algo que teníamos pensado hacer luego de evaluar el peso de los mismos y de sopesar la inocente creencia de que, como el primer día no los usamos, no los necesitaríamos más nunca.

Nuevamente, una caminata previa que no se computa en los registros. Habrá sido un kilómetro desde el campamento hasta un precario puente que los colectivos no se atrevían a cruzar. Nos subimos al bondi que nos transportó hasta la largada y, sin más prefacio, arrancamos lo que sería una de las pruebas físicas y mentales más exigentes de nuestras vidas.

Ya de entrada, el segundo día nos mostraba sus afilados dientes... Una larga y empinada subida por un camino de autos. La temperatura rondaría los 18-20 grados. Fresco, pero mientras se mantiene el calor corporal, es una buena temperatura. Empezamos tranquilos, pensando en tardar unas nueve o diez horas. La categoría equipos había hecho esta etapa el día anterior, y en el campamento circulaban rumores de que había gente que había tardado hasta trece horas... 

Los grupos de corredores comenzaban a pasarnos. Uso adrede la palabra grupos, ya que no son equipos. Cada corredor es parte del grupo en tanto y en cuanto pueda mantener el ritmo del mismo. Caso contrario, irá quedando relegado. En definitiva, es un poco el espíritu del corredor. Uno corre contra sí mismo, no contra los demás.

Habrían pasado unos cuarenta y cinco minutos de la salida, cuando nos miramos y nos propusimos casi al unísono empezar a meterle ritmo. Y así fue. Empezamos a trotar y a correr en las partes planas y bajadas, y a subir a buen tranco en las subidas. Una vez que se terminó el camino de autos, nos adentramos en un frondoso bosque, cuyo suelo estaba blando, producto de la lluvia de la noche anterior. A la hora nos comimos una fruta y tomamos un poco de agua, comenzando una rutina que no abandonaríamos hasta el final de la carrera.

Casi sin darnos cuenta, llegamos al primer arroyo. Km 10. Una hora y cuarenta minutos. Veníamos a un ritmo arrasador... Superado ese arroyo, continuamos el ascenso, por unos tres km de bosque. Ya en el último tramo del bosque se veía una larga y picante subida para salir del mismo. Lejos de amedrentarnos, le metimos ritmo y, dejando atrás a varios corredores, la superamos sin mayores contratiempos. 

Generalmente, después de una subida uno mira rápidamente el nuevo horizonte para luego volver la mirada sobre el camino que lo llevó hasta ahí, de manera tal de poder regocijarse viendo la hazaña que acaba de realizar. En ese instante, una corredora que llegaba al lugar nos pregunta si sabíamos si esa era "la" subida que se veía en el perfil de alturas de la etapa dos. Antes de liberar el impulso de responder que sí. giramos nuestras cabezas 180° para corroborar que así era... Ahí fue cuando vimos "LA" subida. Un paredón infernal y eterno que hacía parecer que el reciente ascenso fuera como subirse a un banquito.

No nos dimos tiempo de pensarlo siquiera una vez. Continuamos la marcha. Uno. Dos. Uno. Dos. Un pie después del otro. La subida era definitivamente nuestro fuerte. Seguimos pasando corredores. Al cabo de unos cuarenta y cinco minutos más, llegamos a la cima. Dos mil metros de altura, pico de la carrera. 15 km en algo más de tres horas. Impecable hasta allí.

Del sol, ni rastros. A esa altura y con el día nublado, el fresco ya era frío. Nos pusimos el rompevientos y empezamos la bajada. Dos kilómetros más y llegamos a un lago en el medio de la montaña. Un lugar realmente increíble. Nos reabastecimos de agua y seguimos. Aún no estábamos ni siquiera en la mitad del recorrido.

Saliendo del lago nos dispusimos a enfrentar una nueva subida. Ninguna sería como la que ya habíamos dejado atrás, aunque el cansancio del cuerpo se empecinaba en hacernos creer lo contrario. El paisaje cambió drásticamente. Terreno más rocoso y un poco más verde. Retomamos la corrida y seguimos avanzando a buen ritmo. El frío ya comenzaba a calar un poco más hondo. La lluvia y el viento se unieron a nuestra marcha, para acompañarnos durante varias horas.

Cruzamos una larga y árida meseta para llegar a una de las partes más lindas del recorrido. Pasando el km 20 y tras una nueva subida en terreno más arenoso, llegamos a una especie de desierto rocoso en el que se veían sólo montañas y una diminuta fila de corredores allá a lo lejos en el horizonte. Después de unos mil metros de caminata en la planicie, volvimos a trotar. Llegamos a lo que vendría a ser el filo de un volcán extinto y comenzamos a caminar por el mismo. Cuando veo paisajes como ese pienso varias cosas. Por un lado, imagino que Dios dedicó mucho más tiempo y esfuerzo en diseñarlo, y se lo reservó a personas que sólo lo podrán ver luego de cierto esfuerzo para acceder hasta allí. También pienso que pareciera ser ley que cuanto uno más se aleja de los lugares donde el hombre ha dejado su indeleble huella (ciudades principalmente), tanto más impresionante y espectacular es el paisaje. Es algo así como la pequeñez del hombre ante la inmensidad de la naturaleza y todas esas cosas...

Venimos bien. Ya estaremos en las cinco horas de recorrido. Bien hidratados y bien alimentados. Sobrepasamos otro filo y comienza un escarpado descenso hacia un bosque. Este descenso, de alrededor de media hora, es en un paisaje que se parece a la Escocia de Corazón Valiente. Verde y rocoso, nublado y húmedo.

Tres o cuatro arroyos más tarde, entramos al último bosque. El bosque mais grande do mundo... 

Esquivar una raíz, saltar un charco, pisar la rama dentro del lodazal para no empantanarse, correr otra rama con el brazo, controlar la respiración, agachar la cabeza, tener cuidado al pasar un corredor, ver el camino, mirar el paisaje... Extenuante...

Iremos ya por las seis horas de carrera. Estamos corriendo de costado por la montaña, con árboles a ambos lados. Otro imponente lago se ve a la derecha, con una carpa de algún turista a lo lejos. Correr de costado me hace pensar en lo que debe sentir una persona con una pierna más corta que la otra al correr en el plano. Es demoledor para las articulaciones. Tal es así, que mi rodilla empieza a clamar socorro. Intento acallarla, como todo el resto de la carrera, pero me resulta imposible. Hasta que, tan concentrado en ella, me distraigo y me tuerzo fuertemente el tobillo derecho. Es un clarísimo esguince. Siento que el mundo se me viene abajo. No tenía dudas de que ese día lo iba a terminar, pero si la lesión me impedía salir el tercer día sería algo devastador. 

Tuvimos que disminuir la marcha y caminar hasta el final. Sabía que si el esguince era severo, no podría continuar por más que quisiese. Me propuse entonces atenerme a lo único que me quedaba: la ferviente voluntad de cruzar esa meta.

Kilómetro 35. Cruzamos un arroyo y pensábamos que ya estábamos. Nos habían dicho que eran 38 km para esa etapa. Última subida y la bajada más empinada de todas. Mis rodillas crujían. Joaquín, producto de todo un año de gimnasio, lo llevaba bastante mejor. Su lucha pasaba más por combatir los efectos adversos del tabaco. Vale decir también que todavía no habíamos aprendido a correr las bajadas. Recién al día siguiente aprenderíamos...

Km 38 y llegamos a un camino de autos. Mojados, doloridos y hartos. Van como siete horas y media de carrera. La ilusión por ese plato caliente de pastas nos hace dar otro paso. Curva, contra curva, contra contra curva... Los 4 km más largos del mundo. 

Ocho horas y casi veinte minutos después de largar, llegábamos a la meta...

El campamento dos estaba en un lugar aún más lindo que el del primer día. Nos aseamos un poco en un gélido arroyo, dejando la mitad inferior del cuerpo bajo el agua para que las bajas temperaturas mimen un poco a las maltratadas articulaciones y músculos. Habremos llegado a eso de las cinco o seis de la tarde, por lo que el almuerzo y la cena fueron bastante seguidos. 

Rengueando de un lado al otro, temía ir a la enfermería, ya que quería evitar oír un veredicto que no quería oír. Un analgésico y a esperar. Opté por dormir una pequeña pero reparadora siesta, mientras Joaco pasaba por la camilla de masajes.

Mucho más habituados a la vida de camping, nos acomodamos rápido y disfrutamos de las charlas con otros corredores-gladiadores. El clima del campamento es muy distinto al del primer día. A esta altura ya se cayeron todas las caretas y todas las corazas. El cansancio une los espíritus. Hay un muy lindo ambiente de amistad. Es que claro... estamos todos juntos en ésta...

Día 3: abrazo a la gloria

Creo que dormimos un poco mejor. El cuerpo necesitaba el descanso y descansó... Repetimos rutina: armado de mochila, más abrigo que el día anterior, desayuno y bondi.

Arrancar el tercer día fue un gran alivio. Ya está. Hoy se termina. "Cómo" se termina será otra cosa, pero al terminar el día la faena estaría concluida.

Los primeros dos kilómetros eran sobre camino de ripio. Muy tranquilos trotamos hasta el primer bosque y la primer subida. 

Terreno blando y, con el vendaje, ni rastros del dolor del tobillo. El que sí me acompañaría durante toda la etapa seríael dolor de rodilla. Un dolor que oscilaba entre un mínimo que hacía que no pudiese pensar en otra cosa y un máximo que no me impedía continuar la marcha. Supe que, no importara cómo, llegaría. Nadie me iba a impedir dar todo lo que tuviera. Darlo todo era la única forma de poder mirar a los ojos a mi familia y a mí mismo en un espejo. Joaco estaba entero, aunque obviamente con algún dolor muscular.

Arrancamos a muy buen ritmo toda la subida, y casi sin darnos cuenta, atravesábamos el km 10. Faltaba quizás una hora más de subida. Subida de bosque que se terminó haciendo dura debido a la inmensa fila india de corredores que se armó. Un verdadero embotellamiento. Ir más lento cansa más los músculos.

Al terminar la subida, una hostil pendiente nos aguardaba en la meseta. Deben haber sido dos o tres kilómetros con una moderada pero constante pendiente, con viento cruzado y lluvia constante. Un panorama muy sombrío... El paisaje era obviamente imponente, pero poco le importa a uno en ese momento en que sólo quiere una taza de café caliente al costado de una chimenea encendida. 

Ya en la bajada de la meseta, nos dispusimos a correr sobre el terreno rocoso. En este preciso momento fue cuando aprendimos a bajar... Era cuestión de soltar el cuerpo. Al no intentar frenar, las articulaciones no se resienten. Habremos corrido unos setecientos metros a máxima velocidad en bajada. Tan sólo esa sensación hubiera pagado la experiencia completa. El viento en la cara, las piernas descontroladas y libres. Libres como nunca. Como cuando uno era chico y no conocía otra forma de correr que no fuera a máxima velocidad... Un tropezón podría llegar a implicar una fractura expuesta, pero la adrenalina era más fuerte... Los huesos tarde o temprano irían a sanar...

Sería el km 18. Entramos al último bosque que cruzaríamos y nos comimos un paquete de maní. El maní más rico de nuestras vidas... Alternando el liderazgo con Joaquín, cruzamos el bosque como un relámpago. No queríamos parar... Correr, correr, correr...

Llegamos a un puesto de hidratación que estaba en el Km 21. Seis más... Tomamos agua y de nuevo a correr...

Llegamos a la ruta. Los últimos 3 ó 4 km son en la ruta que atraviesa las migraciones y aduanas de los países. Caminamos. La cabeza empezaba a darnos vueltas. Uno empieza a querer contar la experiencia antes de terminarla...

Nos pasan unos argentinos que nos alientan. Empezamos a correr con ellos. Vamos arrastrando gente al grito de "Vamos que falta poco, carajo!". Se nos pone la piel de gallina. Se ve la bandera de Chile. Es la frontera... No aflojamos. Nos demoramos un poco porque a Joaco se le mojó el papel migratorio y el gendarme es un rompe pelotas que no entiende nada de la vida...

Un kilómetro separan las aduanas de Chile y Argentina. Lo trotamos. En treinta segundos cruzamos la aduana. Faltan dos kilómetros!!

Aparece el inflable de la llegada. Vamos hacia él. Hay un alambrado. Hay que retomar, ir unos metros para atrás y bordear algo que parece un campo. A quién le importa. Ya pusimos la mirada en el inflable. Trecientos metros. Doscientos. Cien... Nos abrazamos. Llegamos...

Explotamos. Nos volvemos a abrazar y nos separamos. Cada uno necesita tomar consciencia y grabar ese momento. Los dos tenemos ganas de llorar y, como hombres, no queremos que nos vean llorar.  Me pongo en cuclillas y me quiebro. Dura poco, pero es muy intenso. Ya está. Nos lo propusimos. Quisimos. Pudimos.
 
Espero no haberlos aburrido con el extenso relato, pero es difícil ser breve con tantas cosas que pasaron.

Fue sin dudas una de las experiencias más lindas de mi vida. Alguien alguna vez me dijo una verdad que me retumbó bastante en la cabeza después de cruzar la meta: "Los grandes objetivos no se logran superando a los demás, sino superándose a uno mismo."

Los despido hasta nuestro próximo encuentro.


El Cruce (Primera parte) VIDEO

Acá les dejo el video de la primera parte


viernes, 15 de febrero de 2013

El Cruce (Primera parte)


El recorrido
Noventa y ocho kilómetros. Dos mil personas. Tres volcanes. Tres días. Una experienca inolvidable.

Me siento a intentar narrar lo que vivimos en estos días y me resulta muy difícil empezar. Es que, por momentos, el miedo a quedarme corto en la descripción supera la voluntad de compartir la experiencia, de lograr que todos puedan vivir de cierto modo esta epopeya que fue cruzar los Andes a pie. 

La decisión 

La historia empieza mucho antes que en la línea de largada. Todavía guardo fresco en mi mente el impulso que me llevó a anotarme. Porque si bien uno hace una suerte de análisis previo, hay un click del mouse que cambia todo. En este caso, fue el click para pagar la mitad del costo de la carrera... Joaco (amigo y compañero en la carrera) venía más decidido y se había anotado unos días antes. 

Es difícil describir el motivo por el cuál uno se embarca en este tipo de cosas. Algunos lo hacen porque hicieron una promesa. Otros lo hacen por entretenimiento. Están también los que lo hacen por costumbre y los que lo hacen sólo por disfrutar del paisaje. También están los que lo hacen por competir o por mejorar algún rendimiento anterior. Incluso están los que lo hacen porque un amigo les dijo que estaba bueno. 

Yo creo que, en mayor o menor medida, todos lo hacemos para demostrarnos que podemos superar nuestros límites. Límites impuestos por el entorno, por algún mito popular o por la peor limitante de todas: nuestra propia mente. Esa que puede hacernos realizar las mayores proezas, pero también impedirnos hacer las cosas más simples y cotidianas. Porque la mente controla la voluntad. Y la voluntad es uno de los mayores motores que puede tener una persona. "Si realmente quieres hacer algo, encontrarás una manera. Si no, encontrarás una excusa…" (Jim Rohn). 

Entrenando cuerpo y mente 

Suficiente preámbulo sobre la decisión. Quisiera compartir un poco lo que fue el entrenamiento, que duró alrededor de tres meses. 

Es difícil entrenarse para algo que uno desconoce. Entrenarse para una maratón o para un triatlón es duro, pero es más simple. Sin entrar en el esfuerzo que representa, basta con correr, nadas o pedalear equis cantidad de distancia cada semana. En el caso de "El Cruce", nosotros desconocíamos con qué nos podíamos encontrar. Subidas y bajadas, arroyos, sol, lluvia, viento, altura, falta de agua, falta de oxígeno (?), superficies distintas e irregulares, etcétera... Con este panorama, optamos por hacer fuerza de piernas y fondo. No fue una mala elección. 

El entrenamiento para una competencia es duro desde lo físico, pero también desde lo mental. Uno tiene que tener fuerza de voluntad todos y cada uno de los días en que entrena. A cuatro o cinco entrenamientos por semana en promedio, esto representa una gran cantidad de energía. Es por esto que uno llega a veces cansado mentalmente. Por suerte, la fecha de la carrera no se mueve, con lo cual en algún momento llega "el" día. 

En mi caso particular, siento que toda mi familia entrenó conmigo. Con cada aliento, con cada empujón cuando la pereza estaba por superarme... Con cada "Vas a correr hoy, papá?"... Fueron sin duda clave en toda la preparación. 

T-2 días: hacia la carrera
 
Me encontré con Joaco en Aeroparque. Era miércoles y todavía faltaban dos días para la carrera. La ansiedad y la incertidumbre eran grandes. Nos habíamos visto un par de semanas atrás en lo que fue la única vez que nos juntamos para entrenar. 

La sensación en el aeropuerto podría asemejarse al momento previo a algún partido importante de algún deporte que practiquen o de algún examen que hayan rendido. Uno espera ese pitazo inicial que descomprime absolutamente todo. Una vez que la cosa empezó, ya está. La atención pasará por otro lado. Pero hasta tanto uno no escuché ese estruendo liberador, uno se siente un poco tenso, nervioso. Para graficar esto, basta con compartirles la anécdota de Joaco, un día antes en el gimnasio. Ante una sensación de contractura en un gemelo, va a preguntarle al trainer para ver si lo podía ayudar a enlongar y analizar si le convenía parar. "Seguí corriendo. No tenés nada. Es miedo previo a la competencia." Todo dicho... 

Volamos a Bariloche y nos subimos a una combi que nos trasladó a San Martín de los Andes, en un tiempo récord (negativo) de unas cuatro horas. Nos instalamos y salimos a dar una vuelta, "despidiéndonos" de la previa a la carrera con una tremenda picada, regada noblemente con una buena cerveza. Empezamos a ver otros corredores y la excitación comenzaba a crecer.

T-1 día: Ya casi

A la mañana siguiente continuamos nuestro periplo hacia Pucón. Una hora para recorrer los 40 km que separan SMA de Junín de los Andes, y, tras una rápida pre-acreditación para la carrera, casi cinco horas más para llegar a Pucón. La mente, y en menor medida el cuerpo, estaban extenuados.

Fuimos a la charla técnica del día previo y salimos a comer una pizza, rica en hidratos de carbono. En los momentos previos, a mí me da la sensación de que la gente en general está más preparada que yo: o bien se entrenó más, o ya corrió maratones, o ya hizo el cruce antes, etc. Pasa que las conversaciones que se escuchan en Pucón son TODAS referidas a la carrera. Al menos todas las charlas para las que nosotros teníamos oídos.

Luego de comer y de comprar algunos víveres para la carrera, nos fuimos a dormir.

Día 1: En sus marcas... listos...

Arrancó el día tan ansiado... Febo ya se mostraba amo y señor del firmamento, señal de que la jornada sería calurosa. Nos subieron a otro bondi y nos llevaron a la base del centro de ski del volcán Villarrica. Nos hicieron caminar unos dos inhumanos kilómetros hasta la largada, donde cargamos algo de agua y, ya realmente hastiados de tanta espera, cruzamos la línea de largada.
Joaco y yo - la largada

De manera casi automática, la ansiedad desapareció, dando lugar a la adrenalina, a esa efervescencia propia que sentimos los que amamos los desafíos. Trotamos unos minutos y, víctimas de la inexperiencia, empezamos a caminar, temerosos de quedarnos sin energía para finalizar el recorrido.

Las primeras dos horas fueron de algarabía y excitación, y se nos pasaron bastante rápido. El relieve era mayormente rocoso, ya que atravesábamos una ladera del volcán Villarrica, imponente a nuestra izquierda durante todo el trayecto. Quizás una subida se nos hizo un poco larga, pero la sobrellevamos sin mayores inconvenientes.

Llegamos al km 10, donde estaba el primer puesto de hidratación, el único que habría hasta el final de la primera etapa. Aquí cometimos el primer gran error de la carrera. Al no cargar nuestras mochilas, no tendríamos suficiente agua para recorrer tranquilos e hidratados los 30 km del primer día.

Al salir del puesto, nos adentramos en un frondoso bosque. El desafío ahora era distinto. Esquivar raíces y ramas, subir y bajar, agacharse y saltar. Estar atentos y concentrados para no sufrir lesiones... Ya saliendo del bosque, empezó la etapa más dura del día 1. Subida de poca pendiente pero de enorme distancia bajo el rayo del sol. Sería cerca del mediodía, tres horas desde la partida. La sed arreciaba y el agua se empezaba a agotar.

Al finalizar la subida, y cuando pensábamos que lo peor ya había pasado, el paisaje cambió súbitamente. Coincidimos en que lo más parecido a lo que veían nuestros ojos era suelo lunar. Teníamos por delante unas enormes lomas de arena negra que obligaban a un esfuerzo descomunal para ascenderlas y descenderlas. El camino serpenteó a través de ellas por alrededor de una hora. Hasta que finalmente llegamos a un nuevo bosque, con un arroyo que corría a través de él.

La bajada final comenzaba. Joaco perdió sus anteojos al agacharse a tomar agua por segunda vez con las gafas colgadas de la remera (la primera vez los había dejado sabiamente al costado). Ya con la última reserva de agua que nos quedaba y habiendo agotado los víveres (barras de cereal y geles energéticos básicamente, más alguna fruta) nos dispusimos a tomar agua del arroyo, si bien venía con bastante grava volcánica en su corriente y era imposible no tragar tierra junto con el agua. Era el km 20.

Este nuevo bosque era más húmedo y con bastantes más raíces. Acá fue donde empezamos a correr. Corríamos un rato y caminábamos otro. Cruzamos varios arroyos con agua a la altura de los gemelos... Curva y contra curva. La concentración empezaba a menguar y los tropezones abundaban. Creo haber contado 4 torceduras leves de tobillo derecho en mi caso, y 3 de tobillo izquierdo en el caso de Joaco. Serían las dos de la tarde. La sensación térmica estaría cercana a los 35°C. La sed ya no podía crecer más. La fantasía con el agua de la llegada era lo que nos mantenía caminando.

Cuando ya empezábamos a imaginarnos que estaríamos caminando por el resto de nuestras vidas, apareció la salida del bosque. Un jeep estacionado y la falsa ilusión de que hubiese agua. No... A caminar unos 3 ó 4 km más... Ya sin energía para correr, en bajada por un camino de tierra para autos y absolutamente extenuados. Pensando que en cada curva del camino estaría la llegada...

Llegada que, valga la redundancia, eventualmente llegó. En el medio de la nada, y después de más de seis horas desde la largada, apareció el espejismo con esos arcos inflables que para nosotros lo eran todo. Un par de gatorades y a subirse a otro bondi para trasladarnos al campamento...

Superados algunos calambres, llegamos al primer campamento: un lugar increíble a la orilla de un lago.

El paradisíaco lugar ayudó sin dudas a la recuperación. Ni que decir del plato de pastas más asado que almorzamos. Al cabo de un par de horas, volvíamos a sentirnos bien. Enteros. El ambiente en el campamento era muy tranquilo. Muchos corredores estresados con sus tiempos y su lugar en la clasificación. Nosotros todavía estábamos disfrutando el haber llegado dentro del límite de tiempo establecido para poder participar el día siguiente.

Sin mucha vida de camping encima, hicimos nuestro mejor esfuerzo. Joaco durmió en su vivisac (símil rompevientos pero en forma de bolsa de dormir), que fue como dormir en el piso. Yo tenía una colchoneta de pileta, que si bien era algo mejor, era nada comparada con los colchones inflables del 95% del resto de los corredores.

Disfrutamos mucho ese primer día en el campamento, aunque aún algo preocupados por el día que nos esperaba. El perfil de alturas del día 2 era atemorizante. En los primeros 15 km deberíamos ascender1500 metros (ver infografía)... Pero esa ya es parte del próximo capítulo... Nos vemos ahí.