martes, 30 de octubre de 2012

Joven Yo vs. Viejo Yo

En este último tiempo me ha ocurrido que, al encontrarme con gente que quizás no veo demasiado seguido, me han hecho algún comentario sobre mis tweets o mis comentarios sobre el país. Pese a que algunos puedan creer que me hago mala sangre, lo que en realidad intento transmitir es un poco la frustración y la desilusión que, a lo largo de los años, voy teniendo con nuestro ¿querido? país.

Últimamente cuando encuentro un espacio para reflexionar, pienso en Argentina. Se me viene a la mente una conversación entre dos personas. Al poco tiempo que charlan me doy cuenta que no son otra cosa que yo mismo en diferentes etapas de la vida. Habrá unos veinte años de diferencia entre uno y otro. La versión más joven es algo más joven que yo, aunque no demasiado (uno siempre se siente joven, por lo que le cuesta mirarse en retrospectiva). Esta versión joven es soñadora, tiene mucha energía y convicción para defender sus puntos de vista. Defiende al país y cree en el futuro. La versión más vieja (N. de R.: no confundir y tomar la connotación negativa que pueda tener esta palabra) rondará los cincuenta y es más pragmática. También, decididamente más descreída y desconfiada. Tiene menos energía al hablar y es menos tajante. Está abierto a escuchar otro punto de vista y, al hablar, sus palabras caen con peso, como si tuviera pruebas irrefutables de cada idea que expone.

Entre tantos temas que discuten el "yo joven" y el "yo viejo", nos son pocas las veces que se centran en la realidad del país. Intercambian ideas y hasta llegan a discutir, si bien en buenos términos y sin llegar a pelearse. Cuando la discusión se acalora un poco, de inmediato el "yo viejo" calma las aguas y vuelve a encausar la discusión, con una parsimonia y tranquilidad que son motivo de envidia del joven.

El "yo joven" cree en el país y en su futuro. Basa sus creencias en el compromiso de "la juventud" con el cambio. En los recursos del país (agrícolas, ganaderos, mineros, energéticos, turismo, etc.). En la potencialidad de seguir "creciendo". En la cercanía a Brasil y en algunos signos positivos de algunos indicadores macro-económicos. En una conciencia ciudadana que va in crescendo. En una mejoría individual de su status económico. Incluso lo seduce la posibilidad de ocupar algún cargo público. Al ir enumerando sus fundamentos, reconoce en ellos una debilidad: hay poco de realidad y mucho de deseo. Es mucho más lo que espera que pase que lo que realmente pasa. Y mientras, el tiempo también pasa.

El "yo viejo", sin ser demasiado lacónico, le dice que no tenemos arreglo. en Argentina la corrupción no tiene solución: alcanza a funcionarios públicos y público en general por igual. Del otro lado, la justicia es tan corrupta como muchos de sus juzgados. En Argentina se confunde ética con cumplimiento de la ley. Los empresarios piensan sólo en ellos mismos y los sindicalistas, millonarios, poco hacen por sus dirigidos. En Argentina están creciendo generaciones de chicos que nunca vieron a su padre trabajar, un problema cuya solución demanda muchísimos años desde el momento en que se empiece a hacer algo. En Argentina las reglas nunca son claras. Los resultados, sin embargo, son siempre similares: los que pagan siempre son los mismos y también son los mismos los que siempre caen bien parados. Hace mucho que en Argentina la inversión en infraestructura (caminos, transporte, puertos, industria, energía, federalización del país) es prácticamente nula. Somos un país donde el peatón debe esquivar autos, donde hay gente que se muere yendo a trabajar, donde hay 25 muertos por día en accidentes de tránsito. En Argentina la evasión de impuestos es una religión, como también lo es la malversación del erario público. En Argentina, bien entrados en el siglo XXI seguimos teniendo niveles de pobreza de otro siglo. En Argentina, y yendo a aspectos más abstractos para cerrar la argumentación, el sentido del prójimo directamente no existe. Un país en donde la desgracia ajena es más preciada que el bienestar propio no tiene salvación.

La primera pregunta que me surje es qué fue lo que cambió. Qué fue lo que pasó en el medio. Me respondo que fue el mero paso del tiempo. La vida misma la que se encargó de ajustar la visión del joven. El "yo viejo" tiene un pasado más largo y espera menos del futuro. Algunos lo llaman experiencia. Otros, madurez. Se podría hablar de optimismo y pesimismo, pero a mí me gusta entender el optimismo como una actitud hacia la realidad y no como un endulzamiento de la misma.

Por último, pienso en las lecciones de vida de mis seres más cercanos. Pienso en mis viejos. Ellos también soñaban ver una Argentina próspera y pujante. Solo se dieron el gusto de dejar de ver dictaduras. Aún se siguen haciendo mala sangre. Difícilmente vean a la Argentina como la soñaron. Muy difícilmente la vea yo... Sólo me queda soñar en que mis hijos vean algún cambio... Aunque no sé si prefiero mantenerme despierto, y trabajar desde el lugar en que estoy para intentar mejorar la realidad que me toca vivir. Al fin y al cabo, sólo el tiempo despejará la duda respecto de quién tenía razón: el joven Yo o el viejo Yo