lunes, 5 de enero de 2015

La mano invisible (o mejor dicho, inexistente)

Hace más de doscientos años que surgió el concepto de “la mano invisible” que regula y corrige absolutamente todo en el mercado. La maximización de los beneficios se ha vuelto un dogma de fe en el mundo empresarial, y conceptos como “efecto derrame” siguen aun profundamente internalizados en las neuronas de empresarios y profesionales que hoy ocupan puestos directivos en las empresas. Un dólar más para el otro significa un dólar menos para nosotros. No crecer da más miedo que una enfermedad terminal. Penetrar la “base de la pirámide” y diseñar la obsolescencia programada del portfolio de productos (ver vídeo abajo o versiones más cortasse ven como éxitos del marketing. Aparece el doble estándar. Los sindicatos se ven como un obstáculo para la maximización del beneficio. Derrotar a la competencia para no ser derrotado se convierte en leitmotiv. Los empresarios tienen peor reputación que los políticos. Salvo destacables excepciones,  creo que se la han ganado.
Bajo este credo, se ha hecho muy difícil el avance de la responsabilidad social. La necesidad de justificarla a través de resultados económicos ha contenido su progreso. El principal problema es la dificultad de plasmar mejoras cualitativas y de largo plazo en un cuadro de resultados. Por ello aparece los conceptos de “sustentabilidad” (poder mantener el resultado económico en el largo plazo) o “creación de valor compartido” (intentando reflejar que mejorando el contexto, mejora la situación de la empresa).
Al no poder reflejar los resultados de manera tan clara, comienzan a aparecer los grises. Se realizan iniciativas por temas de reputación, respuesta a acciones de activistas, o a reclamos de sindicatos, gobierno o comunidad. El estímulo fundamental por el cual las empresas realizan acciones de RSE se diluye, sin quedar bien claro cuál es la motivación subyacente detrás de esas acciones.
Por citar un ejemplo, en la industria manufacturera se está haciendo cada vez más hincapié en el tema de seguridad de las personas, intentando medir su impacto económico, con escaso éxito. Pero la cruda realidad en algún punto enfrenta a la seguridad con la productividad. Realizar los procedimientos de seguridad lleva tiempo. Posponer una tarea porque las condiciones de trabajo no son seguras cuesta dinero. El recurso para supervisar a un contratista es mejor utilizado si nos ayuda a producir más. Es infinita la cantidad de casos en las que se pregona sobre la seguridad, pero los sistemas (evaluaciones, promociones, llamados de atención, pedidos de explicaciones) luego van por otro lado. La productividad paga cash. La seguridad, a plazo.
Latinoamérica es la región más desigual del planeta. Con los sectores más pobres creciendo de manera más acelerada la tendencia pareciera difícil de torcer. Cada vez menos ricos con más riqueza. El efecto derrame no parece llegar nunca. La deteriorada y rivalizada relación patrón-sindicatos vuelve todo aún más complicado. Sindicalistas corruptos, activistas con intereses espurios.
Entonces… ¿qué hacer? Hay un caso que recientemente me llegó y me pareció muy ilustrativo. Se trata de Du Pont, hoy referente en temas inherentes a la seguridad industrial. En sus inicios manufacturaban pólvora. Dado que la seguridad fue de vital importancia para los Du Pont, la familia Du Pont vivía en la fábrica compartiendo los riesgos con sus empleados;. Tenían una regla de oro: “ningún empleado entrará en un molino nuevo o reconstruido sin que algún miembro de la familia o de la dirección haya probado personalmente su funcionamiento”.
El concepto me parece contundente. Si cuando tomamos decisiones, las tomáramos pensando que los afectados por esas decisiones serían nuestros padres, hijos y hermanos, tal vez las cosas serían diferente. El caso de cuidar el planeta para las “futuras generaciones” es un concepto también distante. No lo cuidamos de igual forma que nuestro propio hogar. Creemos que alguien más se ocupará de hacerlo. Y ni hablar de nuestro comportamiento como clientes. Los esquemas de ajuste del capitalismo dependen de nuestro rol como clientes. Tenemos que ser clientes responsables. Si no nos gusta la obsolescencia programada, la mejor (y quizás la única) herramienta que tenemos hoy a mano es la de no comprar.

Por eso creo que la solución tendrá que venir por el cambio conceptual con el que debemos empezar a tomar decisiones. Hoy ya existe una conciencia más ética de qué es lo correcto. Y mientras esta conciencia va introduciéndose en las empresas y en la sociedad, seguirá dependiendo de que cada uno desde su lugar haga su esfuerzo. Activistas, sindicatos, patrones y directivos. La mano invisible no existe. Tenemos que levantar la mano y decir presente en nuestra función y en nuestro rol. El efecto derrame podría transformarse en vasos comunicantes. Depende de todos.