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Te anotás sin saber realmente por qué. Mucho
menos para qué. Confiás en lo que te contaron algunos. Desconfiás de lo que te
contaron otros, independientemente de que haya sido exactamente lo mismo. Y
envalentonado porque tu familia y tu jefe están con vos, tomás la decisión y te
inscribís en el EMBA, sin saber que en ese preciso momento estás también
comprometiendo a todo tu entorno en una absorbente aventura.
Ponés proa a Pilar desde donde sea que estés
viviendo, y llegás a ese primer desayuno con alrededor de unas cincuenta
personas que nunca viste en tu vida. En el mejor de los casos, te encontrás con
un amigo de taewkondo de tu primo, o con un ex compañero de trabajo de un amigo
tuyo.
Las primeras cursadas son una especie de
entrada en calor. Muy aplicado, vas a leer todas las notas técnicas y hacer
todos los casos con el máximo nivel de análisis posible. Empezás midiendo un
poco a tus compañeros y emitiendo tus primeros juicios de valor: “Puro
biri-biri”; “Habla poco pero sabe”; “No leyó nada”; “Gracioso”. Conocés a los
miembros de tu equipo. Tenés las primeras reuniones por Skype. Tu pareja se
ocupa de tus hijos durante las reuniones y tu jefe te da unas horas las tardes
de los martes y miércoles para que estudies.
Llega la primer semana intensiva. Leíste el 90%
de la enciclopedia que se suponía debías haber digerido. Te enredás con el
costeo por absorción, el margen de la rotación y la motivación extrínseca, sin
dejar de lado la teoría de stocks que ni cerca estuviste de llegar a entender. En
lo social, el outdoor ayuda a romper un poco más el hielo y empieza a
intensificarse el máster social: fútbol, asados y juntadas. Mientras tanto, en
el mundo real, tu jefe te recortó una de las tardes que te daba para estudiar.
Tu familia, fiel, te sigue bancando.
El proceso comienza a repetirse. Tu habilidad
de lectura y comprensión se incrementa a medida que se reduce el tiempo que
dedicás a estudiar. El porcentaje de material leído ya anda por el 70%. Las
reuniones de Skype se empiezan a alargar y a repetir. Empiezan los roces con
algún compañero. Te enojás. Se enoja. Pero por ahora, nadie dice nada. Los
profesores te exigen como si en la vida sólo existiera el máster. Supply Chain,
revenues, ratios, trade-offs. Los eventos sociales se multiplican y pasan a
llamarse “networking” (que es lo mismo, pero suena mucho más sofisticado). A
esta altura, en el planeta tierra, las cosas empiezan a nublarse un poco. Tu
jefe ya no te da ninguna tarde. Tus hijos participan en algunas reuniones de
Skype, y ya estás durmiendo un poco menos. Siempre intentarás optimizar la
fórmula: Horas a la familia + trabajo + máster + descanso = 24.
Empieza el segundo bloque. Cometés ese craso
e inevitable error de creer que “lo peor ya pasó”. Te arrepentís y te castigás
por haberte relajado por demás. Otra semana intensiva. Tu porcentaje de
material leído anda por el 50%, ahora acompañado por otro indicador que es la
profundidad con la que lo leíste, en un
70%. Aquellos roces con ese compañero de equipo ya se vuelven enconados
enfrentamientos y salen a la luz. Por suerte, hablando la gente se entiende y
la relación del equipo se ve fortalecida. Todos crecen. Era cierto eso de que,
a veces, crecer duele. Avanzás con las betas, las 6M, las 4P, las 7S y catorce
nuevas matrices de dos por dos. Tu cabeza late. La solución a todo parece estar
en más asados y más salidas. En el mundo de los mortales, tu jefe te mira como
sorprendido porque el máster todavía no hubiera terminado. En tu casa, ganaste
un poco de aire al meter la cuatrifecta “vacaciones en familia / bautismo de
hijo de un primo político / reunión de padres del colegio para tratar el daño
al medio ambiente de las témperas usadas / colgar los cuadritos con fotos que
estaban hace seis años en el cajón”. Tus antiguos amigos juran que te uniste a
la secta Moon.
A los tumbos, lográs terminar el segundo
bloque, sólo para darte cuenta de que se viene el examen final. Desde el “hombre
de la bolsa” que no te habían tratado de generar tanto miedo con algo. Eternas
y demenciales sesiones de análisis, inteligencia y contrainteligencia. Cada día
que pasa es peor: leer un párrafo más sólo aporta confusión. Rendís el examen y
te das cuenta de que no era tan grave. Encontrás otro motivo para celebrar, así
que te podrás imaginar que el networking alcanza su máximo apogeo.
Comienza la segunda parte. En el planeta
Tierra, tu jefe ya te empieza a cuestionar los días que te tomás. Ya nadie
entiende cuándo se supone que tenés que estar en la oficina y cuándo no. Te vas
trasformando en una especie de electrón libre. En tu casa, la paciencia empieza
a agotarse. No importa: llegás a Pilar y la bruma se diluye. Pensás que ahora
sí todo va a ser más relajado. Pero si hay algo que tienen claro los profesores
es que no te van a regalar nada. Mundial mediante, el nivel de material leído
está en un 30%. El de profundidad de lectura, en un decente 50%. Las reuniones
de Skype ya fueron veladas y enterradas hace unas semanas. El networking se transforma
en el eje central que le da sentido a tanto esfuerzo. Agachás la cabeza y le
das para adelante. Sin saber ya cómo, dejás atrás el tercer bloque.
Es el turno de las materias electivas. En el tercer
planeta del sistema solar, tu jefe ya ni te da trabajo porque no sabe si
efectivamente seguís trabajando para él. En tu casa, el clima se pone espeso.
Pero lo tuyo no es bajar los brazos, así que redoblás el esfuerzo: intensificás
las visitas a la casa de tu suegra, faltás al laburo para estar en todas las
reuniones del colegio de tus hijos, salís a comer con tu pareja más que cuando
estabas de novio. Tu vida es un trade-off. Volvés a Pilar. A esta altura, para
vos IAE ya significa Irrealidad Alternativa Extrema. Te
cambian de aula, pero por suerte tu secretaria del programa (a esta altura una
madre para vos) te lleva de la mano a donde tenés que estar. La novedad es que también
te cambiaron a tus compañeros, esos que para vos ya son parte de tu familia. Te
das el espacio para conocer a gente nueva, y te das cuenta que son igual de
queribles. Tu nivel de material leído ya está en un alarmante 10%, con un nivel
de profundidad del 20%. Ponés los casos debajo de la almohada porque crees
haber leído en un paper de nueurociencia que el conocimiento se afianza en los
sueños. Ya no sólo no sabés en qué materia estás. Directamente no sabés qué es
lo que estás haciendo en el IAE. Ah, sí: networking.
Y como decía Vox Dei, “Todo concluye al fin”…
Llega el ansiado final. En la vía láctea, tu jefe ya no te reconoce como
empleado suyo y te mira con recelo. Tus compañeros de la oficina no te dejaron
ni una abrochadora en tu escritorio. Tu familia festeja y celebra. Ya no más
estudio. Sentís que recuperás el aire. No tenés ni idea de qué vas a hacer con
todo ese tiempo que ocupaba el máster. Tu duelo ahora pasa por el networking. Pensaste
que ya no habría grandes amigos en tu vida. Hoy te das cuenta de lo equivocado
que estabas.
Al final, ¿qué te puedo decir? Anotate en el
master. Vas a vivir una experiencia transformadora, reservada sólo para
aquellos corajudos amantes de los desafíos. Vas a encontrarte con infinidad de invalorables
“casos vivos”: personas que te comparten sus historias, cuestionando tus
paradigmas, obligándote a repensar tu vocación y el rol que estás llamado a
ocupar en cada ámbito de tu vida. Son personas, profesores, profesionales y
compañeros, que te ayudarán a superarte. A llegar a donde pensaste que no
podías. O al menos, a intentarlo. Pero de nada sirve lo que yo tenga para
contarte. Cada experiencia es única. Y como tal, la única forma de poder
disfrutarla como yo la disfruté, es viviéndola.
***
Hoy somos 200 los que nos graduamos del EMBA.
Es momento de agradecer: a nuestras familias, a nuestros trabajos, a los
profesores y a la gente que trabaja en el IAE. Pero permítanme invitarlos a evitar
caer en la tentación de dar las gracias con palabras grandilocuentes y
rimbombantes arengas.
Seamos ambiciosos. Demos las gracias de la manera
más pura y sincera posible: demos las gracias con nuestros actos. A partir de
hoy pasamos a ser Antiguos del IAE. Como bien nos dijo un profesor, el IAE no
es su campus ni su plan académico. Nosotros somos el IAE. Nosotros somos
los encargados de darle prestigio a esta escuela. Sentirnos orgullosos de
pertenecer dependerá de lo que nosotros mismos hagamos y de cómo lo hagamos. Nuestros
caminos divergirán, sí. Pero nos tiene que unir algo intangible e invalorable a
la vez, que no tiene que ver con el camino elegido, sino con la manera en la
que lo transitemos. Nos tiene que unir la impronta IAE.
Llevemos compromiso, pasión y dedicación a
nuestros trabajos, familias y amigos. Seamos mejores personas que las que éramos antes de
pasar por acá. Que en el ámbito profesional nos identifiquen como empresarios y
trabajadores éticos y responsables, demostrando que las cosas se pueden hacer
bien y que siempre se puede encontrarle la vuelta. Vayamos detrás de nuestros
sueños con pasión y dedicación. No los posterguemos para un momento mejor que
probablemente nunca llegará. Inevitablemente nos encontraremos con obstáculos.
Sepamos que esos obstáculos están ahí para ayudarnos. Nos sirven para darnos
cuenta qué tanto queremos lo que está del otro lado.
Fuimos privilegiados con esta experiencia.
Comprometámonos también con nuestra comunidad. No nos quedemos en nuestro lugar
de confort, mirando hacia un costado. No transformemos ese privilegio en
injusticia. Seamos protagonistas. Dejemos de buscar líderes en la televisión y en
los diarios. Empecemos a buscarlos en el espejo. Hagámonos cargo y seamos
agentes del cambio. Estamos en la región más desigual del mundo. Está en
nosotros comprometernos con nuestro metro cuadrado para intentar mejorarlo. Aseguremos
nuestros 200 metros.
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